Si hubiera que dar el nombre de un intelectual español que haya contribuido al entendimiento, la concordia y la conciliación entre España e Iberoamérica, éste sería Justo Jorge Padrón. Se trata de un poeta espléndido, de ancho reconocimiento internacional, autor de una dilatada obra poética que, en Hespérida I, Hespérida II y Hespérida III ha sido capaz de escribir la historia lírica de la España más grande y a la vez rendir un Canto universal de las Islas Canarias. Estamos ante una obra monumental, por su extensión, su profundidad, su rigor histórico y, sobre todo, por su calidad poética.
El tercer tomo de Hespérida, publicado por el gran Chus Visor, lo dedica Justo Jorge Padrón a la primera circunnavegación del mundo con “el fascinante periplo de Magallanes y Elcano”. Con permanente aliento lírico y documentado rigor histórico, Justo Jorge Padrón toma de la mano a Magallanes, sufre con él los desprecios de la corte portuguesa y se traslada a España para sentir el amor que el navegante entrega a Beatriz Barbosa. Ella tenía dieciocho años; él se movía ya en los “duros treinta y siete”. Organizada la expedición con grandes sacrificios y con marinos españoles de avezada condición, el poeta se embarca para seguir la ruta con ellos, escudado en el relato histórico de Pigafetta. Magallanes “nombraría a Elcano, por ser un marinero concienzudo, maestro de la nave Concepción, con sueldo de tres mil maravedíes”.
Justo Jorge Padrón se convierte en un marinero más de la navegación y la narra con versos intensos, adjetivos precisos y metáforas acertadas. Me he detenido especialmente en la llegada de la expedición a las “islas de los Ladrones” porque mi trabajo profesional me llevó hace muchos años a Guam y Justo Jorge Padrón dedica muy bellas páginas a la estancia de Magallanes y Elcano en aquellos lejanos territorios del océano Pacífico. Recuerdo a los pájaros negros de la muerte regresando a sus nidos de la isla de Guam. Los contemplé también en vuelo y entre celajes, aterradores B-52, sobre las tierras calcinadas de Vietnam, dispuestos a vomitar su carga de fuego y espanto. En los peores días de la ofensiva comunista, durante mi séptimo viaje a la nación vietnamita como corresponsal de guerra, encontré a Saigón más tranquila que nunca. Acompañado por un equipo de televisión, dejamos Vietnam (el querido Vietnam que conocí en los tiempos de Ngo Dinh Diem, para volver a él muchas veces, para pasar allí, recién casado, hermosos días de guerra y de rosas) dejamos, digo, la tierra vietnamita y volamos sobre el Pacífico hasta la isla de Guam.
Allí, en la base de Andersen, se amadrigaban y guarecían muchos de los B-52 que bombardeaban Vietnam y se posaban como águilas imperiales sobre las pistas de aterrizaje. Conoció Guam otras águilas imperiales más nobles y entrañables: las de la vieja España, tal y como narra poéticamente Justo Jorge Padrón. Magallanes llegó a la isla en 1521 y la bautizó injustamente “de los ladrones”, porque los indígenas chamorros, que desconocían el hierro, cogieron clavos y esquifes de una de las naves.
Pertenecen estos párrafos al prólogo que escribí para la epopeya de Padrón, de plena actualidad por la polémica sobre el V Centenario de la primera circunnavegación al mundo.
El poeta ofrece al lector las manzanas doradas del jardín de las Hespérides, que producían la inmortalidad. Fueron el regalo a Hera para celebrar su boda con Zeus. Con el fin de evitar que las robaran, la diosa instaló en el jardín, como guardián, a Ladón, un dragón de cien cabezas. No cien, sino muchos miles de versos custodian y robustecen el asombroso esfuerzo poético de Justo Jorge Padrón. El mérito sustancial de la circunnavegación corresponde, en todo caso, como subraya el autor del libro, a Juan Sebastián Elcano. Es excepcional que llegara a las Molucas y tornase a España con su barco desvencijado pero repleto de especias. Magallanes no fue el primer hombre que circunnavegó el mundo. Tampoco el pirata Drake. Esa epopeya corresponde a Juan Sebastián Elcano y queda sintetizada de forma admirable por Justo Jorge Padrón.