Ángeles González-Sinde. El largo camino de la vida y el desamor
La gran novela es la que plantea un problema moral, político, histórico, económico o social y no lo resuelve. Lo deja a la reflexión final del lector.
Ángeles González-Sinde desarrolla la vida y la separación de una pareja, Geraldine y John, en situaciones límite. Tras la relación de amor profundo, han pasado treinta años desde el divorcio de los amantes. Ella, neuróloga de profesión, le llama a él, catedrático de Física, para anunciarle la noticia devastadora. Su única hija, Kim, ha aparecido asesinada en Alicante. Los padres emprenden el viaje desde Inglaterra tras el reencuentro de sus vidas truncadas.
En Ángeles González-Sinde destaca la inteligencia. Ha tenido éxito grande en el cine. Ha triunfado en la política por la que pasó fugazmente. Apenas se advierten en ella algunas huellas temblorosas de su vida pública.
Su novela Después de Kim es lo contrario a un thriller cinematográfico. González-Sinde ha construido con arquitectura puramente literaria y muy sólida un relato de amor, de zozobra y tensión. El lector toma la palabra de la autora y no la abandona hasta cerrar el libro. El problema de la pareja divorciada, de la hija muerta, del nieto desaparecido, se adensa en las páginas de la novela.
Él se sincera sobre el largo camino de la vida, del dolor y el desamor: “Supongo que ese carácter mío irascible y a la vez apocado fue lo que nos separó. Yo tiraba de ti hacia abajo, hacia una vida más pequeña, conocida, convencional, mientras que tu querías tirar hacia arriba, a lo desconocido”. Ella no ignora ya los amores dispersos del que fue su marido, sobre todo el de Marianne, pero le dice: “… no te escribo para ponerte triste porque casi todas las noches cuando me meto en la cama, vuelve a mí lo que nos ha ocurrido, la pérdida de una hija, la búsqueda de nuestro nieto. Repaso los acontecimientos, intento ordenarlos desde el principio y no me refiero a la mañana que fui a buscarte a tu casa para viajar a España”.
Las aristas del desamor se humedecen en la tragedia y el reencuentro. La novelista juega acertadamente con los tiempos al recrear la convivencia perdida y la zozobra de la hija que crece y que sufre con los amores de la madre separada. Tras un pasaje menor de negligencia, Geraldine, escribe la novelista, “no volvió a desaparecer sin avisar ni a dejar a su hija sola y sin cena. Cuidó a Kim, que ya tenía once años y pronto entraría en la adolescencia con el mismo esmero de antes, aunque, no sé, con la cabeza, quizá el corazón, en otra parte”.
John zarandeado por el trance tremendo del asesinato de la hija olvidada está dispuesto a confiar en el porvenir, con su “pequeña ración de fuerza para superar el dolor de la vida, traiga lo que traiga”.
“Si la pluma es la lengua del alma”, como escribió Cervantes, Ángeles González-Sinde retrata sus sentimientos íntimos en esta novela escrita con notable fuerza narradora. En sus páginas se encierran experiencias todavía encendidas y reflexiones de rara intensidad. No hay una línea vulgar en lo que escribe la autora. Los críticos han subrayado los defectos que tiene la novela que no son pocos. Pero los aciertos abruman. Zola hubiera escrito de Ángeles González-Sinde, la frase que dedicó sin la menor ironía a su discípulo predilecto: “Sabes demasiado para ser novelista”.
Desgarrados por los enredos de las dos almas desoladas que alientan en la novela, a muchos les costará entender la vida después de Kim y la tragedia que zarandea a los atónitos padres, Geraldine y John, porque Ángeles González-Sinde ha lanzado sabiamente al lector tras los pasos de una pareja que se divorcia, desde el amor profundo y sosegado.