Dentro de treinta años en Oriente Próximo, en el África endrina y en el sur de Asia no se podrá salir a la calle en verano. David Wallace-Wells desbroza en un libro cardinal el futuro inmediato de la Humanidad, a punto de producirse ya lo que el autor llama “el gran éxodo” porque mil millones de refugiados climáticos se instalarán en otros lugares para abandonar las tierras rasgadas, arañadas, abiertas a hachazos por el ardor salvaje de un sol implacable. Al Gore, el exvicepresidente de Estados Unidos, hostil a las ligerezas de Donald Trump, anunció que en medio siglo el mar inundará Nueva York y Londres.
En un libro de lectura estremecedora, El planeta inhóspito, David Wallace-Wells no se refiere a lejanías seculares. Los jóvenes de hoy sangrarán en su madurez y en su ancianidad con el problema de la crecida de los océanos y los gases de efecto invernadero. El presidente Trump o el presidente Bolsonaro, como tantos otros, consideran una camelancia las consecuencias del cambio climático y se ríen estúpidamente de sus consecuencias. Pero la devastación ha comenzado ya y las instancias políticas más responsables empiezan a reaccionar ante la tragedia, si bien todavía con demasiada indiferencia.
No sé si será verdad que la Humanidad se enfrenta con el más grave problema de su Historia que es lo que afirma Wallace-Wells. Sí es cierto que cada grado de calor al alza experimentado por la Tierra multiplicará el sufrimiento de millones de hombres y mujeres. David Wallace-Wells no tiene esperanzas ciertas de que, a corto plazo, los Gobiernos del mundo acepten la gravedad de lo que ocurre y tomen medidas contra la voracidad de los que están dispuestos a enriquecerse, aunque eso suponga convertir en inhóspito el planeta en el que vivimos.
La paleoclimatología sugiere reflexiones inciertas. Las glaciaciones se sucedieron en períodos concretos. Las variaciones en la inclinación del eje terrestre repercutieron en el clima. Su relación con los años galácticos resultan evidentes. Las causas naturales de los espasmos climáticos, sin embargo, nada tienen que ver con la actualidad. Hasta ahora el hombre carecía de capacidad de influir para modificar la situación del planeta. Ahora puede hacerlo y lo está haciendo de forma tenaz e insensata. Destacados científicos han elevado voces alarmantes. Pero son pocos los Gobiernos que han atendido esas llamadas. Ni el Protocolo de Kioto ni el Acuerdo de París han sido atendidos de forma eficaz. Se han quedado, al menos en gran parte, en papel mojado. Sin embargo, lo que en ambos textos se lee, eriza los vellos porque no hay tiempo que perder y así lo ha explicado el texto escrito por Wallace-Wells.
El problema no se resuelve solo con las energías renovables o con la obligación de que los vehículos se muevan con energía eléctrica. Se trata de pasos relativamente sencillos y ni siquiera eso se impone desde las alturas. Los intereses de algunas empresas multinacionales prevalecen sobre el interés general. Para el premio Nobel de Física, Michel Mayor, la esperanza humana, ante lo que está sucediendo, se encuentra en el espacio porque las probabilidades de que haya vida en el Universo “son descomunales” y nuestro planeta inhóspito puede ser sustituido por otro u otros que no lo sean. “Una mentira registrada mil veces se convierte en verdad”, afirmó Lenin en La enfermedad infantil del comunismo: el izquierdismo. Pero, aunque Donald Trump, con su pelo cardado y su expresión de desdeñosa suficiencia, repita mil veces que el cambio climático es una especulación catastrofista, eso no altera la verdad tan alarmantemente sintetizada por David Wallace-Wells. Si algún sector del mundo puede advertir sobre la significación real del cambio climático ese es el de la cultura: el de las artes, las letras y las ciencias. Obras como El planeta inhóspito abrirán los ojos a muchos hombres de buena voluntad. Se comprende el éxito arrollador que este libro ha cosechado en los principales países de los cinco continentes.