En la República española de las Letras, José María Merino ocupa lugar destacado. Su obra literaria es sencillamente ingente. Una treintena de novelas de muy diversa arquitectura, media docena de ensayos, incontables cuentos, algunos bellísimos, una obra poética mantenida a lo largo de los años y textos diversos de notable musculatura literaria, sitúan al autor en una posición relevante que le consolida como académico de la Real Academia Española. Sobre el Quijote, el libro más traducido después de la Biblia, se han escrito en los últimos cuatro siglos centenares de libros que analizan, desmenuzan e interpretan la obra cervantina. No parece exagerado afirmar que Miguel de Cervantes es el primer nombre de la entera Historia de España, por encima de Reyes, príncipes, poetas, dramaturgos, pintores, escultores, arquitectos, filósofos, políticos, religiosos, deportistas y otras gentes de varia condición.
José María Merino ha tenido el acierto de viajar con el ánimo despejado por los caminos del Quijote, escribiendo un libro original, a veces sorprendente, siempre interesante. Los personajes que rodean y envuelven al caballero de la Triste Figura realzan su personalidad en este libro –A través del Quijote– que Merino ha escrito desde el conocimiento exhaustivo que el autor tiene de la inconmensurable novela cervantina: Marcela, Maritornes, Sancho Panza, Dulcinea, Dorotea, Sansón Carrasco, Teresa Panza, el caballero de la Blanca Luna y tantos otros forman la larga caravana que la pluma de José María Merino define e interpreta, en ocasiones con gran sagacidad. Y todo ello adornado por los ilustradores del Quijote, entre ellos Francisco de Goya, Willian Kent, Urrabieta, el gran Gustavo Doré, Enrique Herreros, el genial Mingote, Ignacio Zuloaga, Lagniet, Muñoz Degrain, Luis Paret, Van der Gutcht, Miguel Ángel Martín, Travers, Madrigal… Echo de menos a Pablo Picasso. Mi despacho de la Sociedad Cervantina está presidido, con copia eminente, por la interpretación que el genio malagueño hizo de Don Quijote cabalgando junto a Sancho Panza. En mi opinión, nadie ha sido capaz de sintetizar a los dos personajes como Pablo Picasso.
Explica José María Merino un pasaje que yo desconocía entre Martín de Riquer y Miguel Delibes, pero da una importancia que no tiene al de Avellaneda. Recuerdo una larga conversación con Martín de Riquer en Estoril tras un almuerzo que nos ofreció a los dos aquel exiliado que amaba a España por encima de todas las cosas, Don Juan III de Borbón. Martín de Riquer nos explicó que el Quijote falso era producto de los celos de Lope de Vega, que el autor de El perro del hortelano alentó a Jerónimo de Pasamonte a que lo escribiera para pinchar el éxito cervantino y que, incluso, escribió algún capítulo y tal vez el prólogo. Al autor de Fuenteovejuna le salió el tiro por la culata y ocurrió lo que temía: que Miguel de Cervantes le adelantó, convirtiéndose en el primer escritor español y con Shakespeare formó el tándem de los dos mejores autores de la entera historia de la Literatura universal.
El pasaje de Avellaneda es, en todo caso, menor y, objetivamente, José María Merino ha escrito por su originalidad uno de los grandes libros que glosan la obra cervantina. Miguel de Cervantes murió con la pluma en la mano redactando unas horas antes de cruzar la oscura penumbra del más allá aquel texto que tiembla de aliento literario y que se estremece todavía de emoción: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo”. Afirma el genio seguidamente que recibió la extremaunción, que “el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan” y que se le va la vida “sobre el deseo que tengo de vivir”.