“La Constitución es gramaticalmente impecable”, ha declarado el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, condensando el informe que, respaldado de forma unánime por todos los académicos, la Casa ha enviado al Gobierno, respondiendo con el mayor respeto a la petición de su vicepresidenta.
El idioma, como escribió Fernando Lázaro Carreter, lo hace el pueblo, no la Academia. La RAE lo sanciona, lo limpia, lo fija, le da esplendor y se esfuerza por conservar su unidad en España, en América y en África. Evoluciona con los tiempos y no le falta razón a Carmen Calvo cuando así lo subraya. Pero el idioma inclusivo no se ha modificado en el habla popular ni en la escritura literaria y el riguroso estudio de la Real Academia Española se limita a dejar constancia de una realidad científicamente indiscutible.
Por otra parte, tal vez no sería mala cosa que las feministas, en su ejemplar labor en favor de la igualdad que he apoyado a lo largo de toda mi vida, reflexionaran sobre la construcción popular del español. En la vida política, diputado feminiza en diputada y senador en senadora, pero congresista no masculiniza en congresisto. Al considerar los partidos, al político conservador o democristiano corresponde la mujer conservadora o democristiana, pero socialista no masculiniza en socialisto ni comunista en comunisto ni falangista en falangisto.
Y si de la política nos trasladamos a las profesiones se comprobará la misma tendencia en la construcción del idioma que han edificado, generación tras generación, los pueblos que en España e Iberoamérica se expresan en la misma lengua. Psicólogo feminiza en psicóloga, pero psiquiatra no masculiniza en psiquiatro ni fisioterapeuta en fisioterapeuto ni anestesista en anestesisto ni dentista en dentisto, si bien odontólogo sí se convierte en odontóloga. Abogado feminiza en abogada, arquitecto en arquitecta, ingeniero en ingeniera, médico y doctor, en médica y doctora, fontanero en fontanera. Artista, sin embargo, no masculiniza en artisto ni atleta en atleto ni periodista en periodisto ni tenista en tenisto ni futbolista en futbolisto ni electricista en electricisto ni policía en policío ni guardia en guardio. En el mundo animal gato feminiza en gata y perro en perra, pero gorila no masculiniza en gorilo ni víbora en víboro.
La sabiduría popular ha edificado un idioma que sería injusto calificar de machista, aunque por razones gramaticales, explicadas desde hace mucho tiempo por ese sabio del idioma que es Ignacio Bosque, se mantenga el lenguaje inclusivo que evita confusiones y alargamientos innecesarios. Todo el mundo entiende cuando se pregunta “¿qué tal están tus padres?” o “¿han ido los niños al parque?” que el masculino comprende en determinados casos a ambos géneros. Y que además evita confusiones. “Hay un conflicto entre hermanos” no significa lo mismo que “hay un conflicto entre hermanos y hermanas”. Por otra parte, podría mencionar una larga lista de nombres epicenos que abarcan a ambos géneros.
Dejemos, en fin, a los pueblos que se expresan en el idioma de Cervantes y Borges, de García Lorca y Pablo Neruda, de Galdós y Vargas Llosa, de Octavio Paz y Ortega y Gasset, de Rubén Darío y San Juan de la Cruz, dejémosles que continúen construyendo la lengua, adaptándola, año tras año, a las nuevas realidades de la vida ordinaria, de la ciencia, la técnica, el deporte, las redes digitales… Pero cuidado con ciertas tendencias a la Inquisición lingüística. El idioma se edifica desde la libertad no desde la imposición política. En El Quijote figura esta frase que preside el edificio madrileño de la Sociedad Cervantina, instalada en la antigua imprenta de Juan de la Cuesta: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”.