La Guerra Fría entre los imperios soviético y estadounidense zarandeó al mundo durante cuarenta años. Tanto Moscú como Washington pretendían imponerse en la supremacía derivada del armamento atómico. Con la caída del muro de Berlín, los Estados Unidos de América, vencedores de la II Guerra Mundial, se alzaron también con el triunfo en la I Guerra Fría.
Y bien. La II Guerra Fría ha estallado ya. Washington y Pekín pelean a dentelladas por imponerse en el control del 5G. “El dominio de esta tecnología –ha escrito Pablo Pardo– implica hacerse con el poder político, estratégico y económico mundial”. El 5G permitirá a la potencia que lo controle desencadenar ciberataques que desmantelen la entera economía de cualquier país. La bomba atómica, la bomba de hidrógeno, los misiles nucleares significan tímidas explosiones en comparación con lo que puede desencadenar el 5G. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, cree que la llave para la supremacía en el siglo XXI es el 5G y que Europa debe colaborar con Estados Unidos para no quedar marginada y fuera de juego en la II Guerra Fría que ha explosionado ya.
China lleva ventaja. Huawei y ZTE galopan por delante de las empresas norteamericanas. El presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, no puede taponar la sangría a base de prohibiciones. Necesita investigaciones científicas que desborden a los chinos. Lo que se debate en la lucha por el 5G es el control de la economía mundial. Pekín dispone ya de más reservas en dólares que, incluso, Estados Unidos y está dispuesto a pelear para someter el Big Data a su dictamen. Un empresario español de formación esclarecida –José María Álvarez-Pallete– sabe lo que significa el 5G y la inteligencia artificial y ha situado a Telefónica en la vanguardia del mundo, con un éxito internacionalmente reconocido.
En cuestión de meses, China desencadenará la tormenta del 5G en la vida diaria, a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos por paralizar la carrera oriental. El 5G multiplica la descarga de datos en un 50% por encima del 4G. Se navegará a 1,2 gigabytes por segundo. Desde el móvil o el reloj de pulsera se controlarán las nuevas casas inteligentes, se podrá encender el aire acondicionado, apagar la calefacción, manejar el automóvil a distancia, ordenar lo que se desee a los Bancos, controlar la cuenta corriente, o reponer la nevera de los productos necesarios transportados por un dron y recibidos a domicilio por un robot. Se trata del internet de las cosas. Facilitará la vida de tal forma que los ciudadanos se rendirán a quien controle el 5G, sin advertir que robotizan a la nación entera abriendo la posibilidad de que se lancen ciberataques capaces de desintegrar cualquier economía nacional.
Marta Peirano, en su libro El enemigo conoce el sistema subraya que estamos ante el espía mundial. La vida de miles de millones de ciudadanos de los cinco continentes quedará a disposición de quien controle el 5G. La ciudadanía del mundo y la economía de todos dependerá de la nación que domine la tecnología de la quinta generación. Como escribió en un certero artículo Katharine Viner, desde su experiencia al frente del diario británico The Guardian, “estamos atrapados en una serie de confusas batallas entre fuerzas opuestas: entre la verdad y la falsedad; entre el hecho y el rumor; la amabilidad y la crueldad; entre los pocos y los muchos; entre los conectados y los alienados; entre la plataforma abierta de la web como sus arquitectos la concibieron y los jardines cerrados de Facebook y otras redes sociales; entre el público informado y la muchedumbre equivocada”.
El mundo se debate ya sobre el telón de fondo de la II Guerra Fría. Occidente camina a la zaga del Oriente que, India al acecho, regenta la China de 1.400 millones de habitantes. Ching Shi Huang-ti, y sus sueños imperiales, han regresado con su ejército de 10.000 soldados de terracota y la sombra alargada de la Gran Muralla. En los devastadores próximos años sabremos quién se alza finalmente con el imperio mundial.