Felipe González no se dio cuenta a tiempo de que Luis Reverter hubiera sido un formidable ministro de Cultura. Zapatero no advirtió la calidad intelectual de Rogelio Blanco. Lástima. Si le hubiera puesto al frente del ministerio de Cultura, su acierto habría repercutido largos años. España está situada, tal vez, en el puesto doce entre las grandes potencias económicas del mundo. Culturalmente ocupa el cuarto o quinto lugar y, unida al área iberoamericana del español, disputaría la cabeza a la cultura anglosajona, imponiéndose a la sínica, a la francesa, a la germana y a la eslava. De Gaulle tuvo una idea clara de lo que significaba la presencia cultural de Francia en el mundo y encomendó a Malraux el Ministerio de Cultura. Durante diez años, el gran intelectual realizó una gestión relevante.
Rogelio Blanco, que ha publicado una quincena de obras de investigación, entre ellas la mejor y más profunda que se ha escrito sobre María Zambrano, fue Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas, ha sido patrono de varias fundaciones y lo es hoy del Centro Federico García Lorca.
He terminado de leer, con no poco asombro, su libro Las Cortes Leonesas de 1188, primeras Cortes Parlamentarias. Se trata de una edición a ráfagas bilingüe en la que el autor rinde homenaje a un Rey, no demasiado conocido, Alfonso IX. Sánchez-Albornoz, presidente del Gobierno de la República en el exilio, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, es autor de varios libros sobre el León medieval. En La España musulmana considera a Alfonso IX como uno de los más preclaros monarcas de la Edad Media.
Respaldado por un copioso arsenal de documentación, Rogelio Blanco se adentra en una época protagonizada por Alfonso VIII, Doña Berenguela, Alfonso IX y Fernando III. Blanco cita la Crónica General de España de Alfonso X para afirmar que el Rey leonés murió sin descendencia masculina de su matrimonio con Teresa de Portugal. Blanco se refiere a las dos excomuniones que recayeron sobre Alfonso IX, su negativa a participar en las batallas de Alarcos y Las Navas de Tolosa, su reinado de 42 años… Y recala en Fernando, el hijo que tuvo con Berenguela y que se convirtió en vida de su padre en Rey de Castilla.
Lo que le importa a Rogelio Blanco es que Alfonso IX convocó las primeras Cortes parlamentarias de Europa en 1188 en León, urbs caput regni, en las que, junto a obispos y príncipes, figuraban los ciudadanos elegidos en cada una de las ciudades del reino. El Monarca necesitaba, según Rogelio Blanco, el apoyo de su pueblo, cosa que consiguió con la convocatoria de una Asamblea parlamentaria, insólita no solo en España, sino también en Europa. En el Registro “Memorias del Mundo”, tras la reunión plenaria de la UNESCO en 2013, se reconoce la significación de la Curia Plena celebrada en la Iglesia de San Isidoro en 1188 en la que se reflejó “un modelo de gobierno y de administración original en el marco de las instituciones españolas medievales, en las que el pueblo participa por primera vez, sumando decisiones del más alto nivel, junto con el Rey”, y a través de “representantes elegidos de pueblos y ciudades”.
A finales del siglo XII se produjo en España un auténtico parlamentarismo democrático, en el que, como escribe Rogelio Blanco, “un Rey y un pueblo fueron capaces de comportarse y elaborar un texto jurídico único y progresista de acuerdo con el contexto de la época”. Alfonso IX fue el padre de Fernando III el Santo, el abuelo de Alfonso X el Sabio.
León, cuna, en fin, del parlamentarismo, sede de las primeras cortes democráticas, gracias a la iniciativa de un Rey joven y de su pueblo, es el telón de fondo del libro singular que ha escrito Blanco. Perdidos en la lectura de novelas comerciales que solo aspiran a convertirse en bestsellers; y en la tela de araña de libros escritos por políticos para justificar su gestión, vale la pena resaltar esta gran obra que, calladamente, ha escrito un intelectual relevante: Rogelio Blanco.