Periodista es el profesional que decide el contenido de la agencia de noticias, del periódico impreso, hablado, audiovisual o digital. Dos son sus funciones esenciales: administrar un derecho ajeno, el de la información, y ejercer el contrapoder. El profesional del periodismo rastrea la noticia, la persigue como un sabueso, la nariz al suelo, la contrasta y la lanza después al vuelo. El ejercicio del contrapoder consiste en elogiar al poder cuando el poder acierta, criticar al poder cuando el poder se equivoca, denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no solo el poder político, también el cultural, el económico, el universitario, el religioso, el deportivo...
Desde hace cincuenta años, Fernando Jáuregui ocupa un lugar preeminente entre los periodistas españoles. Su prestigio se ha ido acrecentando día a día. Nadie le niega la calidad periodística. Ni la vocación en la que se sustenta su actividad profesional.
El libro que tengo entre las manos, La ruptura, es el de un gran periodista que, desde la Transición, ha asistido a los acontecimientos políticos en primer plano. El interés de su relato se mantiene en tensión y no decae en ninguna página. “Santiago, ya no me siento comunista –le dice a Carrillo–. Yo ya tampoco”, le responde el líder del PCE, que tuvo mucha fama y pocos votos, porque el comunista importante en la Transición fue el inolvidado Marcelino Camacho.
Fernando Jáuregui habla con notable independencia incluso de sus compañeros. Me parecen certeros sus juicios sobre Pilar Cernuda, que es una de las cumbres del periodismo en la España democrática; también las palabras que dedica a Joaquín Bardavío, por el que, personalmente, siento una inacabable admiración.
Jáuregui elogia a Adolfo Suárez con justicia: “Te hacía creer que lo que tú decías era muy importante, que te escuchaba a ti solo”. Y es verdad que Suárez aprendió enseguida a borbonear. Desdeña Fernando Jáuregui a Leopoldo Calvo-Sotelo, el más inteligente, el más culto de los presidentes que ha tenido la España democrática, pero que fue un desastre político porque el pobrecillo carecía del menor carisma y ha pasado a la Historia como el líder que se quedó en 12 de los 165 escaños que poseía. Y ni siquiera él fue reelegido. A Felipe González le reconoce Jáuregui la envergadura que tuvo. Para mí es el gran hombre de Estado del siglo XX, como Cánovas del Castillo lo fue del XIX. A José María Aznar le radiografía y le juzga con merecida generosidad. A José Luis Rodríguez Zapatero le pone a caer del burro venezolano. Ante Mariano Rajoy se queda incierto. Y a Pedro Sánchez, el socialista que liquidó la Transición, lo desmenuza. Conoció, en fin, Fernando Jáuregui a todos los presidentes de la democracia española y cuenta infinidad de historias que permiten al lector entender cómo nos han gobernado y por qué. Excelente trabajo el de Jáuregui, que plantea descarnadamente la actual situación española: estamos ya en la ruptura, en el fin del Régimen. Reconoce Jáuregui los inmensos aciertos del Rey Juan Carlos I y escribe con pena lo que ha ocurrido en los últimos años, en los últimos meses, dejando dudas sobre la estabilidad futura de Felipe VI.
Desvela el autor, con excelente información, las interioridades del nombramiento de Adolfo Suárez, explicando que, para el franquismo, Federico Silva era el sucesor de Franco. Desconoce el fondo del 23-F, acontecimiento clave en la España de la Transición.
Trata Jáuregui con desdén el pasaje de la AEPI, grupo de periodistas que aunaron fuerzas para que Felipe González no permaneciera indefinidamente en el poder. Considera el autor que Manolo Prado “galopaba como jinete del Apocalipsis de la indecencia” y que hizo mucho daño a Don Juan Carlos. Demuestra estar bien enterado sobre la peripecia de un viejo préstamo del Rey de Arabia Saudita. Pero hace justicia al juancarlismo refiriendo infinidad de anécdotas reveladoras de su realidad política y humana, entre ellas la de un viaje a Nepal, en la que el Rey pilotaba el gigantesco avión. Se refiere también, y sagazmente, al “fusilamiento de Rubalcaba, en un auténtico retumbar de tambores de guerra”. Con el gran político felipista se derrumbó el socialismo socialdemócrata.
Un libro, en fin, con el que el lector disfrutará de la primera a la última página.