Beethoven, del que ahora se cumple el CCL aniversario de su nacimiento, creía que la poesía era el sonido de la música; Alberti, que era la propia música para la armonía y la concordia de todos. Cuando Manuel Fraga abrazó a Pasionaria y Rafael Alberti y Santiago Carrillo a Adolfo Suárez; cuando Dolores Ibarruri ascendió al sillón del Congreso para presidir por razones de edad las primeras Cortes democráticas, en España se produjo el milagro de la concordia y la conciliación entre los dos contendientes de la guerra incivil que concluyó cuando el Ejército vencedor franquista despojó en 1939 al pueblo español de la soberanía nacional.
Aquel milagro histórico conseguido en 1977 y que ha mantenido en España cuarenta años de paz, prosperidad y libertad, está siendo descuartizado por unos Gobiernos tórpidos o débiles incapaces de conservar lo conseguido. Quiero recordar ahora lo que escribí sobre Rafael Alberti antes de su muerte, con la esperanza de que algunos recapaciten y se den cuenta de que el nuevo camino emprendido conduce a la violencia. Jorge Luis Borges fundó en 1922 la revista Proa. Un año después, Ortega y Gasset alumbró la Revista de Occidente. Roberto Alifano dirige ahora, con pulso certero, Proa.
La figura de María Teresa León, tan bella, tan elegante, tan interesante, tan revolucionaria, fundadora de El mono azul, se agiganta tras las lecturas que Proa alberga. “Yo pertenecía a la secta de Alberti y recitaba sin cesar poemas de El alba del alhelí y de Cal y canto”, escribe Octavio Paz. Recuerdo una cena con él y con Luis Rosales, aquí en Madrid, en la que el autor de El laberinto de la soledad nos deslumbró recitando a Alberti.
Requeni, fascinado por María Teresa, visita a Rafael en su casa porteña de Avda. de Las Heras. “Haga patria, mate a un estudiante”. Este eslogan del peronismo en el poder estremecía al matrimonio exiliado. Alberti vivía, sobre todo, gracias a la venta de sus dibujos. Manolo Rivera me dijo un día: “Rafael habría sido un gran pintor, pero eligió la poesía”. El poeta cultivó incluso el dibujo publicitario, con la figura de una niña que saboreaba chocolate Suchard. El matrimonio pudo comprar una casita de veraneo en Punta del Este: La Gallarda, título de la ópera escrita por el poeta, estrenada en Sevilla en 1992 con Montserrat Caballé y Ana Belén. Luis Jiménez de Asúa fue vecino del matrimonio Alberti, cuando Rafael y María Teresa se trasladaron a la calle Pueyrredon, con balcones sobre los jardines de La Recoleta. Allí escribió sus primeros poemas, todavía adolescente, Aitana, la hija adorada del matrimonio.
Alberti y Borges se detestaban, pero por la casa del poeta español desfilaron durante aquellos años: Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Lola Membrives, Margarita Xirgu, Ernesto Sábato, Sánchez-Albornoz, Alejandro Casona, Ortega y Gasset, Rosa Chacel, Manuel de Falla, Nicolás Guillén, León Felipe, Vittorio Gassman, Paco Rabal… “Mi patria son mis amigos”, escribió María Teresa León en Memoria de la melancolía. Desde 1940 a 1963, Rafael y María Teresa vivieron en la Argentina. En Buenos Aires nació su hija Aitana y murió su perra Niebla. Después vino la fecunda estancia en Italia. En el Trastévere conocí yo al poeta. En la Embajada de España, Alberti saludó por primera vez, en 1976, a Don Juan Carlos I. La Monarquía de todos acogió con los brazos abiertos al matrimonio. El Rey entregaría años más tarde el Premio Cervantes al poeta, y en su discurso afirmó: “El pueblo tantas veces desconcertado, muchas más certero y generoso, nunca olvida a quienes le interpretan y modulan en sus sueños. La gran literatura viene del pueblo y a él vuelve”. No, no se equivocó la paloma, no se equivocaba. Rafael dedicó un poema a la Reina Sofía.
Recorrió el poeta la España democrática, acompañado por Nuria Espert, recitando sus versos y, siendo yo director del ABC verdadero, ganó el Premio Mariano de Cavia. El día de la cena de los Cavia pronunció, por la tarde, en el cementerio civil, el discurso fúnebre por Pasionaria que acababa de morir y, por la noche, leyó un gran texto literario en la casa de ABC.