La gripe “española” infectó entre 1918 y 1920 a más de 500 millones de personas, es decir, a uno de cada tres habitantes del planeta. A causa de ella, murieron entre 50 y 100 millones de seres humanos. Teniendo en cuenta la población mundial, estimada entonces en 1.600 millones de personas, la proporcionalidad exigiría multiplicar por cinco las cifras de la gripe “española” para equipararlas a la actualidad. Solo cuando los contagiados por la Covid-19 se aproximen ala cifra de 3.000 millones y los muertos a la de 300 millones podremos hablar hoy de un desastre similar a lo ocurrido al término de la I Guerra Mundial.
El 4 de marzo de 1918, Albert Gitchell, cocinero militar, sintió dolor de cabeza, con fiebre alta e irritación de garganta. En un solo día contagió a un centenar de compañeros que luchaban junto a él en la Francia de la I Guerra Mundial. La gripe se propagó inmediatamente por toda Francia y, después, asoló a España y a otros países europeos, extendiéndose por todo el mundo. Los periódicos franceses la calificaron como gripe “española” y con ese baldón se ha quedado para la Historia.
Laura Spinney cabalga sobre el jinete pálido de la pandemia para recordar pestes diversas a lo largo de los siglos, dedicando el grueso de su libro al estudio pormenorizado de la gripe “española” de 1918, tal vez la pandemia más devastadora de la Historia. En acciones militares durante la I Guerra Mundial fallecieron 17 millones de personas; 60 millones en la II Guerra Mundial. La gripe “española” se llevó por delante en el entorno de los 75 millones. Históricamente, según afirma Laura Spinney en su libro El jinete pálido (Crítica), apenas ocupa una línea en los libros que estudian el siglo XX, pero fue una gran tragedia que asoló al mundo. El Rey de España, Alfonso XIII, enfermó en el mes de mayo y con él el presidente del Gobierno y casi todos los ministros. “Cordón sanitario. Aislamiento. Cuarentena. Se trata de conceptos antiguos que los seres humanos han estado aplicando para combatir la peste”, según afirma Laura Spinney. En la Biblia, (Levítico 13,4-5) se lee: “Si es una mancha blanquecina en la piel, pero no aparece más hundida en la propia piel, y el pelo no se ha vuelto blanco, el sacerdote aislará al enfermo durante siete días. Al séptimo, lo examinará; si comprueba que la llaga se ha estabilizado, sin extenderse por la piel, el sacerdote lo mantendrá aislado otros siete días”. En 1918 se impuso también el distanciamiento social y se cerraron escuelas, teatros, templos y lugares de culto, quedando limitados los transportes públicos y prohibidos los actos multitudinarios. Aún más. En varias naciones, las casas habitadas por gentes que padecían o habían padecido la gripe “española”, se las señalaba con signos de tiza en las puertas. El poeta indio Nirala, seudónimo de Suryacant Trigathi, se horroriza ante el río Ganges, “desbordado de cadáveres” y escribe en hindi sobre la pérdida de toda su familia, que falleció en “un abrir y cerrar de ojos”.
Nada nuevo bajo el sol. Laura Spinney ha escrito un libro sólidamente documentado, en el que considera que la gripe “española” modificó incluso la convivencia social y la cultura. “Los arquitectos –escribe– se deshicieron de las ornamentaciones artificiales y diseñaron edificios funcionales. La moda hizo algo similar, descartando los colores y las curvas, mientras que la música experimentó una serie de revoluciones paralelas. El compositor austríaco Arnold Schönberg creó un sistema musical totalmente nuevo, el dodecafónico, y el compositor ruso Ígor Stravinski, influido por el jazz, se propuso sustituir el sentimiento por el ritmo”. El jinete pálido, en fin, hace reflexionar sobre lo que está ocurriendo hoy en el mundo y se lee de un tirón por su enorme interés y su encendida actualidad.