El gran desafío del siglo XXI es la justa distribución de la riqueza mundial. El Papa Juan XXIII lo expuso con claridad en sus encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris. Sumo Pontífice, sumo hacedor de puentes, Pablo VI, que fue un intelectual riguroso, desarrolló la idea en la Populorum progressio. Juan Pablo II la confirmó en la deslumbrante Sollicitudo rei socialis.
Thomas Piketty, el economista francés que arrasa en el mundo, coincide en muchos aspectos con los Papas, a los que no cita, por cierto, en su libro cardinal El capital en el siglo XXI ni en Capital e ideología. Piketty no está contra el capitalismo moderado ni contra la propiedad privada ni contra la libertad de mercado. Está contra el abuso. Está contra el capitalismo salvaje y considera conveniente acordar un impuesto generalizado sobre el capital y que en la sociedad mundial los países poderosos, según su población y su renta per cápita, paguen en favor de las naciones desfavorecidas un impuesto regulado y controlado para que no se lo juergueen los reyezuelos insólitos o los presidentes voraces, convertidos en dictadores.
Los datos que aporta Thomas Piketty son concluyentes. Corresponden al año 2012. El ingreso medio mensual por habitante se elevaba en Estados Unidos y Canadá a 3.050 dólares; en el África subsahariana, a 150, es decir, veinte veces menos. La Unión Europea se alzaba con 2.040 dólares por habitante y Japón, con 2.250, mientras el África del Norte se quedaba en los 200 y el resto del mundo en 570.
Las cifras esgrimidas por Piketty, y que en lo sustancial no se han modificado, demuestran la atrocidad del capitalismo salvaje denunciado por el Vaticano y exige que se aborde una distribución de la riqueza mundial más razonable. En primer lugar, porque es una cuestión de justicia y, en segundo lugar, para evitar migraciones galopantes, terrorismos incontrolados, riesgo de guerra generalizada… A finales del siglo XIX, clamaba al cielo la distribución de la riqueza nacional en los países europeos. La Rerum novarum de León XIII en 1891 y la Cuadragesimo anno de Pío XI, cuarenta años después, junto a la repercusión decisiva de las dos guerras mundiales, contribuyeron a hacer más justo el reparto de la riqueza en los países europeos, aunque todavía quede camino por recorrer. (Pío XI, por cierto, condenó al nazismo en la Mit brennen-der Sorge, al fascismo en la Non abbiamo bisogno, y al comunismo en la Divini Redemptoris, cuando Hitler, Mussolini y Stalin estaban en el apogeo de su poder dictatorial.)
Thomas Piketty, en fin, estudia la estructura de las desigualdades y propone un estado social para el siglo XXI a través de la regulación del capital. He leído con detenimiento su libro, El capital en el siglo XXI, y me parece irrazonable despacharlo con la apología entusiasta o con el rechazo visceral. Exige una meditación sosegada y profunda. Discrepo con algunas de las consideraciones de Piketty y coincido con otras. Su planteamiento sobre la deuda pública favorecería a España e Italia, y ciertamente no deja de ser incongruente que se haya condonado esa deuda a naciones como Alemania y Francia y no se haya hecho lo mismo con las del sur de Europa. Al estudiar la desigualdad de la propiedad del capital y también la de los ingresos del trabajo, el economista francés hurga en la llaga de injusticias evidentes. En todo caso, quiero reiterar para aquellos que se escandalizan con lo que no les gusta, que Thomas Piketty coincide en muchos aspectos sustanciales con la doctrina social de la Iglesia católica.