“La enseñanza del francés es la matriz de nuestra identidad. La lengua, la escuela, la educación y la cultura triunfarán contra la barbarie”, afirmó en la Universidad de La Sorbona, Emmanuel Macron, presidente de la V República francesa. Contra los separatismos culturales y religiosos que acosan a la nación gala, se alza el tesoro común del idioma francés, vehicular en todo el país, el cual, sin tolerar invasiones, respeta el corso, el canaco, el bretón, el provenzal y otras lenguas minoritarias…
Al término de la II Guerra Mundial, el francés era todavía el idioma diplomático internacional. Hoy, ocupa el quinto lugar tras el inglés, el español, el árabe y, tal vez, el chino mandarín. El idioma de Shakespeare, como el latín en la Edad Media, es la lengua internacional. Tal vez el 70 por ciento de los dirigentes mundiales se entienden en el idioma británico. El chino mandarín no es propiamente un idioma internacional. Por eso el español ocupa el segundo lugar, a una distancia sideral del inglés, aunque como lengua materna es ya la primera del mundo. Salvo en Filipinas, Israel y USA, el español es el idioma que se habla en casa desde la infancia, en 21 naciones. En Estados Unidos, el 82 por ciento de los estudiantes de idiomas extranjeros eligen el español. Y en Alemania, en Japón, en Suecia, tras el aprendizaje del inglés, el idioma que se estudia es el español.
La Real Academia Española, dirigida con pulso certero por Santiago Muñoz Machado, ha sabido instalarse en el nuevo mundo digitalizado y las consultas mensuales al Diccionario normativo superan ya el millón. Conviene detenerse para calibrar el alcance de esta cifra. España significa solo el 8 por ciento de nuestro idioma, superada nuestra nación por México y también por el número de hispanohablantes de Estados Unidos. Están muy cerca ya Argentina y Colombia. El gran acierto de Fernando Lázaro Carreter, el inolvidado maestro, fue advertir a tiempo que el Diccionario debía ser elaborado por todas las naciones hispanohablantes. Y es lo que ocurre ahora con muchos millares de vocablos nuevos o de renovadas acepciones.
Frente a ciertas posiciones anticuadas y absurdas que crecen en nuestra nación, el español es el segundo idioma internacional del mundo y el gran tesoro de nuestra cultura. Y ello se ha producido a pesar de la escasa atención de los distintos Gobiernos, a diferencia de lo que ocurre en Francia con la lengua de Molière y Victor Hugo. Asombra la ignorancia con que algunos Gobiernos y ciertos ministros de Cultura tratan a la Real Academia Española como si el enriquecimiento de la lengua y el mantenimiento de su unidad fuera una cuestión menor y marginal. Mariano Rajoy, por poner un ejemplo, es tal vez el único presidente del Gobierno que en trescientos años no ha visitado la Real Academia Española, la cual, por cierto, acogió como académicos de número a Antonio Cánovas del Castillo, a Emilio Castelar, a Antonio Maura, a Niceto Alcalá Zamora, a José María Areilza…
A pesar de la frágil asistencia de los poderes políticos, se ha consolidado en el segundo lugar del mundo el idioma de Cervantes y Borges; de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda; de Ortega y Gasset y Octavio Paz; de Francisco de Quevedo y Gabriel García Márquez; de Santa Teresa de Jesús y de Sor Juana Inés de la Cruz; de Federico García Lorca y Nicolás Guillén; de Benito Pérez Galdós y Mario Vargas Llosa; de Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral; de Buero Vallejo y Miguel Ángel Asturias; de Vicente Aleixandre y Rubén Darío…