La revista Nature publicó la hazaña del científico chino Lijun J. Wang que experimentó en Princeton un pulso de luz viajando 310 veces más rápido que los 300.000 kilómetros por segundo alcanzados por el símbolo C, la electricidad en el vacío. Hawking tenía razón. En el futuro se grabarán los acontecimientos de hace siglos si el ingenio humano construye una nave que se adelante a la velocidad de la luz, con una descodificadora capaz de desmenuzar las imágenes encontradas en el espacio. La ciencia ficción se habrá convertido en ciencia. El descubrimiento de Lijun J. Wang no puede sorprendernos más de lo que le habría ocurrido al emperador Carlos si alguien le hubiera explicado que podía hablar con Hernán Cortés en México y contemplar su cara con un aparato diminuto que cabe en la mano. Como una cuestión de hecho, millares de españoles hablan todos los días con amigos mexicanos contemplando sus rostros. La ciencia ficción se ha convertido en ciencia.
¿Estarán en algún sitio las imágenes de Alejandro Magno en el Helesponto; de Friné posando para Praxíteles; de Julio César recibiendo en Roma a Cleopatra; de San Juan de la Cruz, recitando sus versos en los atardeceres de Úbeda; de Napoleón, soberbio tras Austerlitz; de Cervantes, escribiendo el Quijote en la prisión de Argamasilla?
Fotografiar el pasado, adelantándose a la velocidad de la luz, no va más allá de lo que hubiera supuesto para Felipe II hablar con Filipinas, con su capitán general, escuchándole y viéndole como si estuviera presente en su habitación frailuna de El Escorial.
Me ha impresionado el artículo de investigación de Pedro del Corral publicado en el diario La Razón sobre “el polémico objetivo de China que puede cambiar la Historia: hacer funcionar una máquina del tiempo”. “Por eso —escribe Pedro del Corral— la noticia que protagonizó China hace tan solo unas semanas ha levantado tanta crispación: según 6 Park News, “un laboratorio del país asiático estaría construyendo una nave para alcanzar este objetivo”: descodificar en el espacio infinito las imágenes de acontecimientos ocurridos hace doscientos o dos mil años. El Instituto de Física de Altas Energías de la Academia de Ciencias está trabajando en el proyecto, según la información de Pedro del Corral. ¿Será posible trasladarse al pasado y fotografiarlo, como hacemos cuando escudriñamos en la biblioteca libros de otras épocas? “Desterrado en la paz de estos desiertos con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos”, escribió Quevedo al que tal vez podríamos contemplar paseando por el madrileño barrio de las letras, cruzándose en la calle con Lope, Cervantes, Tirso de Molina o Góngora. Y no se trata de patrañas. En las últimas décadas la ciencia, tan certeramente historiada por José Manuel Sánchez Ron, ha desbordado a la ciencia ficción.
¿Serán capaces, en fin, los sabios de poner en marcha una nave espacial que circule a una velocidad trescientas veces superior a la de la luz? ¿Descubrirán un descodificador capaz de seleccionar las imágenes perdidas en el espacio y en el tiempo? ¿Convertirán una vez más la ciencia ficción en ciencia? Pienso que sí. Lo que no sé es si tendrán tiempo. Porque el 18 de marzo del año 2880 el asteroide 1950 DA, de un kilómetro de diámetro, chocará con la Tierra con una probabilidad de un tres por mil. Esto también lo dice la ciencia. El número de la bestia, el 666 de las fantasías bíblicas de Hugo Wast, podría hacerse realidad porque, según Rolf Tarrach, la colisión del asteroide terminará, tal vez, con la vida humana en nuestro planeta. Científicamente, el Apocalipsis puede producirse dentro de 859 años.