Ella era la confusión de los párpados, la juventud caliente de la risa, el llanto en el vacío, el rojo corazón desmenuzado, la garganta llena de luz, la inconfundible piel, ungida por la serpiente portadora de grillos y de umbrías. Era el Lorca del amor oscuro y la ávida melancolía, el Gamoneda de los sudarios habitados, el que azotaba a los dioses extinguidos. Ella, Paloma San Basilio, se alzaba ante el gran Sacristán en My Fair Lady, Bernard Shaw al fondo, Jaime Azpilicueta en la dirección. Se escuchaban en el teatro las voces del vértigo y el olvido, mientras gemía la música. Al contemplar el milagro de My Fair Lady sobre la escena, escribió el poeta: “No penetra los ázimos hurmiento como en mi corazón suelta sus manos la desgracia”.
Pandemias aparte, al teatro en Madrid acude cada año un millón de personas más que a los estadios de los tres o cuatro equipos de Primera División en la Liga de fútbol. Y entre los que han conseguido esta hazaña cultural, recuerdo hoy a Jaime Azpilicueta que carga sobre sus espaldas Jesucristo Superstar, Evita, Sonrisas y lágrimas, A Chorus Line, Fama, Víctor/Victoria, My Fair Lady, Sé infiel y no mires con quién y así cerca de dos centenares de musicales y comedias. Y por añadidura la presencia en la televisión y en el cine.
Durante veinte minutos el público puesto en pie se rompió las manos aplaudiendo al Camilo Sesto inventado por Jaime Azpilicueta para encarnar a un Cristo que se evadió de la dictadura. Franco aplastaba la cultura española, aunque algún genio, como Antonio Buero Vallejo con Un soñador para un pueblo, hizo bramar el ¡Bravo, Buero!, aliento de la libertad. Recuerdo también aquella noche en la que Jaime Azpilicueta lanzó el teatro musical en España con la voz ensangrentada y tierna de un cantante prodigioso. Junto a la emoción de Jesucristo Superstar, Azpilicueta era capaz de multiplicar las carcajadas en un vodevil inolvidable, Sé infiel y no mires con quién, que, sobre las espaldas de Chapman y Cooney, se encaramó en la mayor recaudación del teatro español. Y así, comedia tras comedia, hasta un número que nadie había alcanzado en España, con un recuerdo especial para Evita, a cuyo estreno asistí en compañía de Julio Iglesias que se quedó, por cierto, deslumbrado por la calidad del espectáculo.
Autor, actor, director, productor, Jaime Azpilicueta es un sabio del teatro al que ha vertebrado en toda España durante los últimos sesenta años. Moderado, prudente, sagaz, se ha consolidado personalmente con los mayores éxitos, ha descubierto a incontables actrices y actores y ha contribuido al esplendor de la escena en la hierba teatral madrileña. En una conversación con Jaime Azpilicueta se aprende más que leyendo los libros de los críticos avezados. El gran director sostiene el teatro entre las manos, lo siente en el alma y le circula por las venas. No se puede entender el hecho teatral en el último medio siglo español sin Jaime Azpilicueta. Cumple ahora 80 años, está en buena forma física y se mantiene en la excelencia mental. Le dedico esta Primera palabra de El Cultural porque son muchas las horas en las que he disfrutado prendido de las obras por él dirigidas o producidas. Y quiero recordar una vez más las palabras que Don Quijote dirigió a los intérpretes de la compañía de Angulo el Malo: “… y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho; que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”.