Laura Escanes, presa en la cárcel del amor en vilo
“Nadie me dijo que alejarme de tu piel me congelaría el tacto”, le escribe Laura Escanes al amado. Al amado que es la luz. Al amado que le acaricia la mente con los dedos. Y ella la que le amaba sabe que la piel se convierte en el idioma universal que nadie termina de entender. Hay personas que brillan solas y luego estás tú, que iluminas todo lo que tocas. Tu piel es como el lienzo de los pintores, como las teclas del piano, como el agua en el desierto. Piel de letra, que respira en el alma profunda de la amada deshabitada. Piel de letra porque nada hay más bello que llorar con una sola palabra.
Recibí el libro que alguien me envió anónimamente el pasado mes de agosto, con una nota en versales: “No te arrepentirás si lo lees con calma”. Su autora es una mujer muy joven que se expresa con palabras azules y que sangra al escribir. Su libro, Piel de letra (Aguilar), me conmocionó. No se compone de poemas sino de pensamientos en prosa poetizada. Me sorprendió la profundidad, impropia de persona tan joven. La literatura de pensamientos o reflexiones -Pascal, Montesquieu, Ortega y Gasset, los haikus de Matsuo Basho en versión de Octavio Paz, las greguerías, incluso, de Gómez de la Serna– corresponden generalmente a escritores respaldados por años de estudio y un copioso equipaje cultural. Laura Escanes dice lo que piensa desde una independencia y una lucidez que producen asombro.
No vuelvas, le exige al amado en la amada transformado, con aliento a Juan de la Cruz. No vuelvas por todo lo que pudo ser y no fue. No vuelvas porque ya nos incineraron. No hay viento que nos levante ni corriente que nos deposite en la orilla. Pero enseguida, la amada se desnuda el alma para añadir: vuelve. Vuelve porque los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas cuando no estás. Y se enciende la luz de Pablo Neruda. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Me dueles. Aprende a perder esas palabras que nunca encontraste en el laberinto de la soledad. Entre los temores que la zarandean quiere al amado lejano y solo. No le quiere mucho. Le quiere bien. Pero su desdén le hiere el corazón. Ojalá desaparezcas hasta de mi memoria. Te aprovechaste de mí, de mi sangre con alcohol y ojalá te arrepientas desde el infierno. Hay maneras de irse que no deberían existir y hay cosas que se van y no vuelven más, maldito sea el polvo que no te merecías. Serás ceniza, mas tendrá sentido, polvo serás, como en el verso de Quevedo, mas polvo enamorado.
He perdonado cosas imperdonables, escribe Laura Escanes. He visto cosas que deberían ser invisibles. He pedido perdón a quien no lo merecía. He amado ávidamente. He llorado sonriendo. He visto amaneceres con personas oscuras… Vuela sobre las páginas escritas por la autora de Piel de letra, la paloma de Rafael Alberti, que se equivocó, se equivocaba. Sabe la escritora que el amor se va, tal vez para no volver. Y se deshace en lágrimas como el poeta: lloré tanto aquel día que no quiero pensar que el mismo sufrimiento espero cada vez que en mi vida reaparezca ese amor que al negarlo te ilumina, tu luz es él cuando mi luz decrece, tu solo amor cuando mi amor declina… Y se le eriza la piel de la letra, “mi sed, mi ansia sin límites, mi camino indeciso, oscuros cauces donde la sed eterna sigue, y la fatiga sigue, y el dolor infinito. Pero sigo viviendo porque mi lugar favorito en el mundo eres tú”.
La libertad eres tú, aunque no sabes escuchar el silencio que se llena con palabras vacías y miradas esquivas, el estruendoso silencio que está ahí y nadie ve. Búscalo. Escúchalo. Porque el silencio también habla. Y eso eres tú.