Trescientos años después, la Real Academia Española no solo conserva su prestigio intelectual y su calidad en el estudio científico del idioma, sino que ha sabido incorporarse al mundo digital con indiscutida eficacia. Especialmente, Santiago Muñoz Machado ha situado a la Corporación en la más avanzada vanguardia tecnológica. Los datos resultan incuestionables. En este año 2021, las consultas al Diccionario digital superarán los mil millones, casi cien millones al mes, dato ciertamente abrumador. Al finalizar septiembre, 776.876.432 personas lo habían cliqueado.
El Diccionario panhispánico de dudas se instalará a fin de año por encima de los treinta millones de consultas. Y el Diccionario del español jurídico rozará los veinticinco. La ortografía y la gramática académica superarán el millón y medio de consultas y los bancos de datos, Corpes y Crea, así como los Boletines y el Diccionario de americanismos alcanzan también cifras alentadoras.
Económicamente, España está situada entre los puestos diez y veinte del mundo. Culturalmente, entre los cuatro primeros. Y el idioma es el gran tesoro cultural de nuestra nación. El inglés tal vez suponga el 70 por ciento hoy como idioma de relación internacional. El español lo acompaña a mucha distancia en segundo lugar, pero como lengua materna ha escalado el primer puesto con 580 millones de hispanohablantes. En Estados Unidos el estudio de idiomas extranjeros sitúa al español en primer lugar con más del 60 por ciento y en países como Japón, Suecia o Alemania, siempre tras el inglés, ha desbordado ya al francés.
Los académicos son responsables del tradicional “limpia, fija y da esplendor” que preside los objetivos de la Corporación. Durante tres siglos se ha hecho el trabajo científico de potenciar el idioma. Tras las independencias americanas y a pesar de contar en la otra orilla con nombres estelares de la lengua, como Bello o Cuervo, la RAE conservó su autoridad normativa. Ahora el Diccionario lo firman las 22 Academias de las naciones que se expresan en español, más dos que, por razones históricas, Filipinas e Israel, tienen asiento en la Casa.
Dámaso Alonso primero, el gran Fernando Lázaro Carreter después, así como Víctor García de la Concha, comprendieron que era necesario superar el “limpia, fija y da esplendor” y emprendieron la tarea ingente de salvaguardar la unidad del español. Gracias a la Real Academia no ha pasado con el español lo que ocurrió con el latín, descompuesto en varios idiomas que no se entienden entre sí: el francés, el español, el italiano, el provenzal, el rumano, el portugués, el catalán, el gallego… Sin el admirable esfuerzo de la Real Academia Española, podríamos lamentar hoy la fractura del español. El venezolano, el peruano, el argentino, el mexicano, el chileno, el uruguayo… no se entenderían entre ellos. No ha sido así por la eficacia que ha demostrado la Academia al mantener la unidad del idioma de Cervantes y Octavio Paz; de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda; de Francisco de Quevedo y Jorge Luis Borges; de Pedro Calderón de la Barca y Sor Juana Inés de la Cruz; de Lope de Vega y Miguel Ángel Asturias; de Santa Teresa de Jesús y Rubén Darío; de Pérez Galdós y Gabriel García Márquez; de Miguel Delibes y Mario Vargas Llosa.