Son muchos los intelectuales de prestigio que se entristecen ante la situación cultural de Cataluña. Durante largos años, Barcelona fue el faro español de las Artes, las Letras, la Música y la Ciencia. Incluso desbarató la censura del franquismo dictatorial y abrió puertas y ventanas al aire de la libertad que soplaba por Europa.
En los últimos años, unos políticos mediocres y sectarios han empequeñecido el aliento creador de la cultura catalana y la han sometido a sus propósitos decadentes y anticuados, con remembranzas decimonónicas. Para Juan Pablo Fusi, que debe su inmenso prestigio al equilibrio intelectual y a la objetividad, las crisis del siglo XX no se deben a la Restauración de Alfonso XII en el siglo XIX sino a causas concretas sociales y políticas. Los nacionalismos no se desarrollaron como oposición a un Madrid autoritario, sino, al contrario “porque el Estado era débil, pequeño y poco eficiente”. La España invertebrada que desbrozó Ortega y Gasset fue la de un Estado débil que estimuló y dio alas a los proyectos periféricos. “Con más escuelas y más acción municipal no se habrían desarrollado los nacionalismos”, concluye Fusi.
La Transición borró inicialmente la debilidad del Gobierno de la nación. Felipe González fue el gran hombre de Estado del siglo XX, como Cánovas del Castillo lo había sido del XIX. España recuperó el pulso y se convirtió en un modelo de democracia pluralista plena. La descomposición empezó a producirse por la insensatez política de José Luis Rodríguez Zapatero que fragilizó el Estado. Sus sucesores, lo mismo la derecha tórpida y ciega, que la izquierda petulante y vidriosa terminaron por conducir a España a la extrema debilidad en la que ahora agonizan las instituciones ante los secesionismos acosadores, sobre todo el catalán.
Félix Ovejero, que está escribiendo unos artículos admirables, lo ha explicado de forma certera. Al secesionismo, se le pudo vencer definitivamente tras el ridículo del año 2017, pero los gobernantes, en lugar de afianzarse en sus decisiones, “hoy piden disculpas a los delincuentes”. Y añade: “La democracia, sometida al ciclo electoral, no está bien perpetrada: las elecciones llegan antes que los resultados, en los años del desierto. En esas condiciones, cuando secesionistas o terroristas violentan el orden civil, no es fácil que prosperen los axiomas de la política más digna: que la democracia atiende a razones, nunca a amenazas y que el delito se castiga, no se retribuye”. El cinismo de la política de las concesiones estimula la delincuencia pública y la sedición. “Se está gestando –concluye– el nuevo relato sobre Cataluña, según el cual hay que cambiar la ley hasta que el delito deje de serlo”.
Solo la fortaleza de las instituciones democráticas y no las piruetas secesionistas devolverá a Cataluña su calidad en el mundo cultural y su prestigio en Europa. Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa miraban a las vanguardias europeas desde Barcelona. Aprovecharse de un presidente débil que necesita los votos secesionistas para subsistir es un inmenso error, tal vez pan cutre para hoy y hambre profunda para mañana. La cultura ha sido postergada por no pocos dirigentes catalanes. Los europeos no caminan como el cangrejo hacia el siglo XIX, sino que cabalgan hacia el siglo XXII. Si queremos mantener nuestra presencia en el ámbito internacional, no existe otro camino que los Estados Unidos de Europa, estructurados sobre la tecnología digital, la inteligencia artificial y las vanguardias culturales.