Hace ya muchos años me invitó Julio Iglesias a ver y escuchar Evita, interpretada por mi inolvidada Paloma San Basilio. Y me dijo: “No te preocupe el rigor histórico ni la calidad literaria. En un musical lo importante es la música”. Tenía razón, si bien el baile, las voces, la escenografía, los figurines, el aliento literario y la dirección completan el fenómeno del musical que vertebra el siglo XX y permanece erecto en el XXI.
My Fair Lady, West Side Story, Cabaret, Cats, Jesucristo Superstar, Un día en Nueva York, Bodas de sangre, de nuestro Saura, Un americano en París, Mary Poppins, Moulin Rouge, El rey león, Grease, Sonrisas y lágrimas, Cantando bajo la lluvia, Los paraguas de Cherburgo, Las zapatillas rojas… y tantos otros musicales, me han hecho disfrutar largamente en el cine y, sobre todo, en el teatro.
Pues bien. Sería injusto no alinear a Malinche entre los mejores musicales de la historia. Lo más importante en él es la música, vapor del arte, ensueño del pensamiento, sed del espíritu, imán de los sentidos, hierro derrotado, orza de miel, espejo del alma. Nacho Cano ha sabido engarzar en el torrente musical de Malinche, el inverosímil baile, la grandeza coreográfica, la certera dirección o el fondo histórico del mestizaje que engrandece la evangelización colonizadora de España. Su música se adueña del tiempo. Es impresionante, arrasada a ráfagas por el baile y el zapateado exacto.
Nacho Cano ha trabajado doce años en el musical que triunfa ahora en Madrid y que nadie que ame la música debe perderse
La Historia ha dado y seguirá dando versiones controvertidas del descubrimiento, conquista y evangelización de América. Está claro que Hernán Cortés, gracias a la colaboración de la Malinche, y al auxilio de muy diversas etnias desde la náhuatl hasta la maya y la zapoteca, pudo derrotar a los aztecas y su atroz tiranía. El rigor intelectual exige la reflexión, en todo caso, por la superioridad con que el hombre blanco ha desdeñado a las culturas precolombinas o aquellas otras de la Negritud.
Conviene recordar que el máximo filósofo de la Historia, Arnold J. Toynbee, el hombre más inteligente que yo he conocido a lo largo de mi dilatada vida profesional, sitúa, entre la veintena de máximas civilizaciones y culturas del mundo, a la maya. Y los descubrimientos arqueológicos de los últimos años confirman lo anticipado por el autor de Un estudio de la Historia.
Malinche alumbró un hijo con Hernán Cortés y engendró el mestizaje. Tenía las manos ojivales, “hechas para dar de comer a las estrellas”. Aceitada con el alma de la oliva, según el verso de Pablo Neruda, la indígena era elástica y azul… Qué voz la de sus venas desgarradas, qué ardor el de su cuerpo enamorado, “qué suaves sus pisadas, sus pisadas”.
Nacho Cano ha trabajado doce años en el musical que triunfa ahora en Madrid y que nadie que ame la música debe perderse. Salvador de Madariaga, que tan a fondo estudió a Hernán Cortés, estaría de acuerdo con el alcance que Nacho Cano otorga a los amores entre la Malinche y el conquistador. Enrique Krauze, que ha sucedido a Octavio Paz, en calidad literaria y profundidad de pensamiento, coincide en aspectos claves con Madariaga y acaba de publicar un libro de indiscutible interés: Spinoza en el Parque México, en el que dedica un capítulo esclarecedor al mestizaje.
Sería un error, en todo caso, debatir sobre los aspectos históricos de la Malinche, de Moctezuma y de Cortés. Lo importante en la creación de Nacho Cano es la música que arrebata al público y que ha situado al autor en lugar de cabeza entre los grandes musicales de los últimos cien años. Como un sordo y tenue rosmar, Cervantes pone en boca de Dorotea en el Quijote: “La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”. La música, en fin, “es la revelación más alta de toda ciencia o filosofía –escribió Beethoven a Bettina Brentano– . Es el vino que engendra nuevas creaciones y yo soy el Baco que pisa la uva para embriagar los espíritus de los hombres con este precioso vino viejo”.