“Hermosa eres, oh, amiga mía, dulce y encantadora como Jerusalén, terrible como un Ejército en orden de batalla”. Con estas palabras del Cantar de los Cantares, saludó un veterano periodista a Isabel San Sebastián cuando encendió el fuego de su programa de televisión Primer Café. La vida literaria ha instalado en la novela a la estrella audiovisual, a la entrevistadora sagaz, a la columnista que escribe artículos caviables, a la ensayista que desenmascaró a Xavier Arzallus en El árbol y las nueces.
Isabel San Sebastián se ha instalado tal vez definitivamente en el género literario que le es propio. Su independencia ideológica e intelectual la apartaron de los circuitos al uso, conquistando así el clamoroso silencio de un sector de la crítica sectaria. Pero junto a Ana María Matute, la zozobra del surrealismo mágico; junto a Carmen Martín Gaite, a la que Octavio Paz contempló árbol adentro; junto a Espido Freire, inteligencia en vilo entre los melocotones dorados; junto a Lucía Echevarría, que escuchó los versos de John Donne bajo la cascada de la ceniza; junto a Carmen Riera, llamarada de luz; junto a Soledad Puértolas o la modernidad sin aspavientos; junto a Clara Sánchez, a la que Soledad Puértolas quiere llevar a la Academia; junto a media docena más de mujeres novelistas… Isabel San Sebastián se encuentra ya para la crítica más seria en el pelotón de cabeza de un género literario que no decae.
La novelista se ha sumergido en las aguas turbulentas de la Edad Media española, desmenuzada por Claudio Sánchez Albornoz y convertida en claridad en el gran libro que prologó Emilio García Gómez: El siglo XI en primera persona, del que es autor el último rey zirí de Granada, Abdallah, en el que queda claro, por cierto, que el Cid es, sobre todo, una figura literaria.
No se arrepentirá el lector que se adentre en 'La dueña' y acompañe a Auriola escuchando los latidos del corazón de la Edad Media española
En La visigoda, Isabel San Sebastián narra las peripecias de una cristiana cautiva. En La mujer del diplomático cruza el tiempo con atisbos autobiográficos. En Lo último que verán tus ojos se recrea al desentrañar el amor escéptico entre un taxista neoyorquino y Carolina Valdés, la erudita insultante; en Astur, Imperator, Un reino lejano, La peregrina y Las campanas de Santiago demuestra la calidad de su escritura, la belleza de su prosa, la incesante imaginación, su desbordado entendimiento de la ficción y su capacidad para construir la arquitectura de la novela moderna.
Publica ahora La dueña (Plaza & Janés), que transcurre en la España de los taifas. Muerto Almanzor se fracturó el califato de Córdoba, mientras navarros, leoneses, castellanos, catalanes, aragoneses… se desangraban en guerras fratricidas. Isabel San Sebastián vive en aquella España describiendo hasta los aspectos más mínimos de la vida cotidiana. Se refiere con rigor histórico a los grandes personajes de la época y, con Auriola, la protagonista, embarca al lector en la caravana de sus aventuras, en el zarandeo de las intrigas de la corte y en un feminismo anticipador, sereno y solvente.
Desde los titubeos de Auriola de Lurat como acompañante de Doña Urraca, hasta la última conversación con su nieto Diego, en la que consigue que el muchacho prometa que se casará, la novela se desarrolla con un interés creciente. Tiene defectos, claro, pero dejo a la crítica especializada que los subraye.
No se arrepentirá el lector que se adentre en La dueña y acompañe a Auriola escuchando los latidos del corazón de la Edad Media española. Hembra fuerte de la Biblia, dama sensible del Renacimiento, mujer liberada del siglo XXI, Isabel San Sebastián, ecuánime, razonadora, arisca, periodista de raza, intelectual independiente, ocupa ya un lugar preferente en nuestra República de las Letras, consagrada como una novelista de calidad incuestionable.