El jurado que otorgaba el Premio Efe de Periodismo tuvo el acierto de galardonar a la periodista radiofónica sefardí Camelia Shajar. El acto de entrega en Jerusalén se encendió con resplandores nacionales porque el presidente de Israel, Isaac Navón presidió el acontecimiento, acompañado por el recién creado “Coro de los sobrevivientes” formado por los judíos que habían salido vivos de Auschwitz gracias a su calidad para la música y el canto.
Presidía yo la Agencia Efe y recuerdo cómo nos enseñaban el número grabado en el antebrazo, cómo Navón pronunció un discurso que a todos emocionó, cómo Camelia Shajar me invitó a cenar en su hogar y me mostró la llave de su casa de Toledo que su familia guardaba desde el siglo XV, así como unos viejos papeles amarillos de la misma época con recetas de cocina.
Entablé entonces amistad con Isaac Navón, que se prolongó hasta su muerte en 2015. Y cuando me nombraron director del ABC de los Luca de Tena, del ABC verdadero, fiché a Moshé Saul que publicó durante varios años un artículo mensual, escrito en ladino, en judeo-español.
Especial interés tiene la investigación de Paloma Díaz-Mas en torno a la época de Primo de Rivera y de la II República
Isaac Navón era autor de Jardines de Sefarad, un hombre culto y enamorado de España. Exaltaba con orgullo el milagro cultural tras 500 años de diáspora. Los judíos sefardíes conservaron el idioma y la cultura de raíz hispánica.
Mantuve en mi despacho de ABC largas conversaciones sobre la cultura sefardí con Julio Caro Baroja y con Emilio García Gómez, empujé todo lo que pude para que se concediera el Premio Príncipe de Asturias a los sefardíes y también para que se creara la Academia del judeo-español, incorporada hoy al conjunto de las Academias de la Lengua Española.
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Así que he leído con creciente interés el libro de Paloma Díaz-Mas, Breve historia de los judíos en España (Catarata). Se expresa la autora con una prosa sencilla, precisa y sintácticamente impecable. Su libro es excelente. Se abre en el siglo III d. C. con la lápida descubierta en Adra, provincia de Almería, de una niña llamada Iunia Salomonula, Junia, tal vez Annia, hija de Salomón.
Viaja Paloma Díaz-Mas a través de la historia medieval española; discurre por los reinos de Taifas, siempre cogida de la mano sefardí; narra las persecuciones antisemitas de almorávides y almohades; se entristece en el reino nazarí de Granada y en la tozudez de los Reyes Católicos que firmaron el edicto de expulsión de los judíos el 31 de marzo de 1492.
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Y ya en las postrimerías del libro escribe: “Especial valor simbólico y repercusión mediática tuvo la visita de los reyes Juan Carlos y Sofía a la sinagoga Beth Yaacov de Madrid el 31 de marzo de 1992, fecha en que se cumplieron 500 años de la proclamación del edicto de expulsión”.
Se detiene Paloma Díaz-Mas en la vida intelectual de las juderías en el siglo XIV. Fustiga la Historia de los Reyes Católicos, de Andrés Bernáldez, que justifica la expulsión de los judíos. Y extiende su relato histórico sobre la diáspora sefardí y sobre la veintena de países en Europa, África y América en los que se establecieron los descendientes del sefardismo español que, tal vez, supera hoy los dos millones de personas a pesar de la atroz persecución nazi. En Esmirna y Salónica los esbirros de Hitler asesinaron al 94% de la población judeo-española.
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Especial interés tiene la investigación de Paloma Díaz-Mas en torno a la época de Primo de Rivera y de la II República. Admirable la objetividad con que analiza la época del dictador Franco, zarandeada por “el discurso antisemita heredero de los Protocolos de los sabios de Sion, ocasionalmente mezclados con los tópicos del antijudaísmo religioso tradicional”.
Diplomáticos como Bernardo Rolland, Eduardo Gasset, Julio Palencia, Sebastián Romero, Ginés Vidal, Alejandro Pons y Ángel Sanz Briz, en contra a veces de las instrucciones recibidas, se esforzaron por salvar a los judíos, sobre todo a los sefardíes, de la cruel persecución nazi.
Estamos ante un libro ejemplar que se une al lamento de aquel judío encarcelado, “yo triste y cuitado que vivo en una prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuando las noches son, sino por una avecilla que me cantaba al albor. Matómela un ballestero, déle Dios mal galardón”.