Tal vez el ministro, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, se considera con mayor capacidad artística que Pablo Picasso. Pero el pintor malagueño está reconocido como el primer nombre universal de la pintura del siglo XX. Fue un genio, políticamente comunista, rendido admirador de la fiesta nacional. “Los toros –decía– forman parte de la más alta expresión cultural española. Es el ballet del arte y el valor”.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, considera que su inteligencia privilegiada supera a la de Ortega y Gasset. Pero frente a la denigración ministerial de la fiesta como “actividad sádica y despreciable”, el autor de La rebelión de las masas creía que el homo hispanus no podía entenderse sin la reflexión profunda sobre la corrida de toros. Considerado como la primera inteligencia del siglo XX español, Ortega murió sin concluir su libro, Paquiro o de los toros, que hubiera resultado esclarecedor.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, piense que su sensibilidad está por encima de la de Federico García Lorca. Pero el autor de los Sonetos del amor oscuro se identificó con la fiesta de los toros, escribió versos memorables sobre el arte taurino y lloró por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías que subía por las gradas con toda su muerte a cuestas, mientras gritaban a toros celestes mayorales de pálida niebla y la Roma andaluza doraba la cabeza del torero donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia, mostrándose tremendo con las últimas banderillas de tiniebla.
Respeto también, señor ministro, para los españoles que aman la fiesta nacional y que la consideran parte esencial de la cultura española
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, se piensa superior en el entendimiento del arte a Francisco de Goya. Pero el pintor aragonés se mostró rendido ante la belleza de la fiesta taurina a la que dedicó, como Dalí y otros muchos artistas, docenas de pinturas y dibujos estremecedores.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, haya olvidado la multiplicación artística de los toros en la poesía, en el teatro, en la novela, en la escultura, en la música y en la ópera, movilizando además una copiosa economía y millares de puestos de trabajo.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, considera que su aliento lírico es superior al de Alberti. Pero el autor de La arboleda perdida, comunista hasta la muerte, sintió en el alma la belleza de las corridas de toros, escribió sobre ellas versos conmovedores, hizo incluso el paseíllo con la cuadrilla de un torero célebre y estrenó una ópera, coprotagonizada por Resplandores, que fue toro de estrellas junto al llanto sin fin de la Gallarda.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, se considera superior a Mario Vargas Llosa en el entendimiento de la realidad social contemporánea. Pero el autor de La fiesta del chivo, admira la belleza de la corrida de toros y ha reflexionado de forma profunda sobre su realidad social.
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Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, haya olvidado que durante muchos siglos, el pueblo español, que intuye la raíz religiosa de la fiesta, desde el campesino más humilde hasta el Rey, ha vibrado con los toros. En la carta 531 de su célebre Opus Epistolarum (Alcalá, 1530) Pedro Mártir de Anglería da testimonio de que Fernando el Católico tomó un brebaje, compuesto por testículos molidos de un toro con la esperanza de tener hijos de su segunda mujer, Germana de Foix.
Tal vez el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, en su frenesí antitaurino, se sienta por encima del pueblo español y no quiera escuchar la frase reveladora de ese aficionado que, tras la faena grande, cuando el diestro se disponía a consumar la suerte suprema y el vendedor de refrescos voceaba su mercancía, gritó: “¡Hoy los mercaderes fuera del templo!”.
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Respeto, en fin, para todos aquellos a los que no les gustan los toros, que no asisten a las corridas y las critican con todo derecho con muy varios argumentos. Pero respeto también, señor ministro de Cultura, para los millones de españoles que aman la fiesta nacional y que la consideran parte esencial de la cultura española, con manifestaciones relevantes además en Francia, en México, en Colombia, en Venezuela, en Ecuador, en Perú…