Me lo preguntan a menudo. Y yo respondo lo mismo que san Agustín dice respecto al tiempo: si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. La felicidad no se puede definir porque es una experiencia absolutamente personal. Aunque esté compartida, con nuestra pareja, nuestros amigos, nuestros conciudadanos, es tan íntima que mi felicidad puede no tener nada que ver con la tuya. Universalizarla para definirla sería desvirtuar su esencia.
Me lo siguen preguntando. Quizá porque soy filósofo y he escrito libros sobre el tema. Sin embargo, si quiero explicar qué es la felicidad, sólo puedo salir por “sanagustines” y decir que, aunque yo no lo sé, sí sé quién lo sabe, algo, por otra parte, bastante común en los filósofos. En este caso, no tiro de entrecomillados y se la paso a aquel que la ha perdido, porque sólo quien ha sido feliz alguna vez en su vida sabe qué es.
La felicidad se parece a la salud: sabemos qué es cuando estamos enfermos, cuando la hemos perdido. Sin embargo, mientras estamos sanos ni nos percatamos de ello. Es cuando la echamos de menos (la salud o la felicidad) cuando empezamos a entender qué es. Y en el momento en que la recuperamos (la salud o la felicidad) se nos olvida que la tenemos.
La felicidad no se gana, no se conquista como si fuera un trofeo. No. Se parece más a un premio, a un don, a un regalo. Es siempre inmerecida
Tal vez eso quería decir la actriz francesa Edwige Feuillère (1907-1962) con una frase famosa y muy repetida: “La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria”. Además, la felicidad no se gana, no se conquista, como si fuera una ciudad asediada o un trofeo. No. Se parece más a un premio, a un don, a un regalo. Es siempre inmerecida y llega, como decía Henrik Ibsen, “por caminos invisibles, a veces cuando no se la aguarda”.
Nos sale al paso y se queda con nosotros si ella quiere. Es siempre un privilegio, una dispensa que nos otorga la vida. Nada nos la puede garantizar. Y así como llevar una vida saludable favorece la salud, pero no asegura que estemos sanos, llevar una vida virtuosa es la única forma que tenemos para ponernos al alcance de la felicidad.
La felicidad se parece a una leve mariposa que esperamos que se pose en nosotros. Si nos obsesionamos con alcanzarla, probablemente la asustaremos y nos esquivará, porque, como decía Mahatma Gandhi, “la felicidad huye de quien la busca”. Sólo tenemos una opción: así como la única forma de criar mariposas es cuidar el jardín, del mismo modo la única manera que tenemos para que la felicidad nos llegue es cuidar nuestro jardín, nuestra vida. Las técnicas de jardinería de que disponemos para que nuestra vida sea lo más humana posible y nosotros dignos de alcanzar la felicidad siguen siendo las virtudes.
Ellas nos ponen en forma para afrontar la vida con grandeza y se confabulan para encaminarnos hacia la felicidad. Lo sabían los clásicos y parece que nosotros lo hemos olvidado. Por eso yo pretendo recuperar las virtudes, renovarlas, acercarlas y activarlas, porque siguen siendo necesarias para andar el camino, donde quizá nos podamos encontrar con la felicidad.
Pero ¿qué es la felicidad? Tengo que responder que no lo sé. Se parece, en todo caso, a sentirse vivo, plenamente vivo. Julián Marías, el filósofo de lo humano, la definió poéticamente como un “regusto de eternidad”. Creo que es la mejor definición que se puede dar de una palabra indefinible. Y además se entiende, como se entiende que la salud sea un “regusto de inmortalidad”, pues cuando uno está sano no concibe que la muerte tenga la última palabra. Del mismo modo, quien es feliz, sin saber que lo es, quiere plantar una tienda donde está y permanecer así para siempre.
Carlos Goñi (Obanos, Navarra, 1963) es filósofo, escritor y docente. Su último libro es Hispanos (Arpa, 2022).