Cuenta Eduardo Sacheri que cuando escribió La pregunta de tus ojos lo hizo evitando expresamente el fútbol. El autor argentino, que había logrado reconocimiento gracias a sus narraciones breves con la pelota como protagonista, necesitaba reivindicarse a sí mismo más allá del balón. Por eso en esa su primera novela apenas hay una pequeña referencia a cómo los resultados de su equipo afectan al estado de ánimo de uno de los personajes.
Resulta, sin embargo, que cuando Campanella lo citó para ofrecerle la adaptación al cine y la escritura a cuatro manos del guion, le confesó que creía necesario añadir un ingrediente a la historia. “Por favor, incluyamos algo de fútbol”, dijo, y Sacheri accedió.
De ahí nació la celebérrima escena de la persecución en el estadio y uno de los momentos más memorables de la historia del cine en español, cuando el asistente de juzgados Pablo Sandoval dice sobre el investigado: “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios... pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión”.
No hay hincha que no se reconozca en esa frase.
Yo también, como Sacheri, he intentado evitar el fútbol; y me lo he encontrado a la vuelta de cada página.
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Para la pregunta de por qué escribimos, cada autor tiene una respuesta. Me gustó siempre la de Italo Calvino: por la consciencia dolorosa de la propia incompetencia. Pero la cuestión de por qué escribimos lo que escribimos, esa es más compleja y muchas veces el autor carece de perspectiva, de distancia de sí mismo, para responderla.
Sí, como Albert Camus, yo también supe mucho de mis semejantes en la cancha y, lo que es peor, sobre mí mismo
Innumerables veces me han preguntado (y también recriminado) por qué el fútbol y en cada respuesta he intentado explicármelo también a mí mismo. En el fondo, he de confesar, creo que no lo sé. Supongo que en parte es porque uno descubrió la diversidad del mundo en el que vivimos con los Mundiales, entendió parte de la sociopolítica europea con la UEFA y la Champions y aprendió sobre el modo de ser de las personas jugando once contra once con un balón. Sí, como Albert Camus, yo también supe mucho de mis semejantes en la cancha y, lo que es peor, sobre mí mismo.
También creo que el fútbol, más que ningún otro fenómeno social, funciona como una suerte de mitología contemporánea que nos puede servir de plantilla para pensar, celebrar y lamentar sobre los seres humanos y su destino. En el fútbol caben la gesta, el drama y la comedia, y un partido ofrece a veces giros de guion que ni el más osado de los escritores se atrevería a plantear. Las razones de esto es que se juega con el pie (el gran olvidado de la evolución, en palabras de Juan Villoro) y que la pelota es anárquica e imprevisible, como tantas veces la vida.
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Pero fundamentalmente, supongo, escribo porque el fútbol es mi pasión y necesito entenderla y entenderme. Escribo sobre fútbol porque no puedo evitarlo, como no pude evitar, hace poco más de un mes, llorar abrazado a mi hijo mayor rodeado de miles de los nuestros que también lloraban porque habíamos ganado la Copa del Rey.
Una lección que aprendí cursando filosofía es que preguntarse el porqué de algo es, a veces, recorrer solo la mitad del camino. En muchas ocasiones, la pregunta está incompleta si no va acompañada de un “¿por qué no?”. Quiero decir, ¿me cuestionaría igualmente si en lugar del fútbol habláramos de otro tema? ¿Por qué no escribir sobre fútbol? O, como lo define ese personaje secundario de la novela de Sacheri al que la pelotita le determina el ánimo: el dichoso, el maldito, el eterno asunto del fútbol.
Galder Reguera (Bilbao, 1975) es escritor y responsable de actividades de la Fundación Athletic Club. Ha publicado, entre otros, Libro de familia (Seix Barral, 2020), el ensayo Hijos del fútbol (Seix Barral, 2017) y el juvenil La vida en fuera de juego (SM, 2019).