"Somos un equipo de campeones". Con el cuerpo destrozado y casi sin aliento, Fabien Causeur daba la clave de El Clásico de las semifinales de la Final Four de la Euroliga. Lo hacía con la misma inteligencia con la que había descosido al Barça en una segunda parte antológica. Pablo Laso, con la sonrisa entrecortada y con una cara de satisfacción inmensa, miraba cómo sus jugadores celebraban el triunfo como pensando "sí, estamos otra vez aquí, nosotros, a los que daban por muertos".
Nadie mejor que ellos, y todos los que están dentro de ese vestuario, saben lo que significa la victoria conseguida este jueves ante el Barça en Belgrado. Es un billete para luchar por un sueño mucho más grande que una Euroliga. Es el pasaje en primera clase a ganarse el derecho a mostrarle al mundo lo que es una lección de vida. Incluso por encima de los valores del deporte.
Es una obviedad que este Real Madrid nunca se rinde, pero lo que hace este grupo de jugadores, año tras año, es indescriptible. Después de volver de las tinieblas más oscuras, de estar rotos y desmembrados, de ser cenizas que el viento huracanado había esparcido sin perdón, este equipo se ha recompuesto y con una actuación coral antológica ha vuelto a derribar el muro más poderoso, el del súper equipo del Barça construido a base de talonario.
Los de Sarunas Jasikevicius, que le habían ganado al Real Madrid todos sus partidos de esta temporada desde la disputa de la Supercopa Endesa, incluida la final de la Copa del Rey, han sucumbido ante el dominador de Europa en el día clave. Este es un partido que realmente cambia la dinámica de un club y de una temporada. Y los blancos, que han pasado recientemente por una crisis que ha hecho tambalearse su proyecto, han vuelto a demostrar que con el mínimo respiro son capaces de levantarse y volver a luchar.
Ver desde dónde ha venido este Madrid, que hace un mes era un despojo y una calamidad para muchos, y escuchar ahora el silencio de un Nikola Mirotic completamente hundido y derrotado tras perder a pesar de rozar los 40 de valoración, explica a la perfección lo que es el ADN de este grupo. Fabien tenía toda la razón. Pase lo que pase, este equipo está hecho de campeones. Sin embargo, estos campeones quieren traerse ahora la Undécima desde Belgrado como ya hicieron con la Décima en 2018 y para eso tendrán que tumbar al Anadolu Efes de Shane Larkin, Micic y Ataman en la gran final del sábado.
La pizarra de Pablo Laso
El partido se ganó en unos últimos minutos emocionales y de locura, pero se luchó gracias a la pizarra de un entrenador al que el madridismo nunca podrá estar suficientemente agradecido. Pablo Laso ha llevado al equipo a la quinta final de la Euroliga desde su llegada. Ya se ganaron dos, en 2015 y en 2018, y cuatro años más tarde, los blancos volverán a pelear por un título que por momentos tuvieron imposible.
El vitoriano sorprendió de salida con una decisión que cortocircuitó al Barça. 'Saras' no se esperaba un quinteto titular de los blancos sin pívots y el Real Madrid tomó ventaja desde el inicio. El hecho de no tener referencia por dentro permitió una gran movilidad de todas sus piezas. Eso, unido a un Guerschon Yabusele que había elegido por fin brillar en una gran cita, abrieron un parcial de 2-8 que dejó al rival tocado y herido en su orgullo. El galo se fue hasta los 18 puntos y 8 rebotes para 24 de valoración.
Evidentemente, el partido del Real Madrid estaba en la zona, pero apostar de inicio justamente por lo contrario fue un golpe maestro que permitió situar la primera ventaja. Eso, y el oficio encomiable de jugadores como Gaby Deck o el propio Yabusele que fueron a la guerra contra cualquiera en la pintura. A pesar de que al Madrid se le puso cuesta arriba el partido con la lesión de William-Goss en el primer minuto de juego, los Llull, Hanga, Abalde y compañía supieron solventar el drama de jugar sin base todo el partido. Habrá que ver cómo está Nigel para la final del sábado, aunque tiene mala pinta.
El de Mahón, aunque no tuvo su día en el lanzamiento, estuvo excelso en la dirección de juego. Supo marcar los tiempos del partido y llevar al equipo a ebullición en el momento de la verdad. Y aportó 15 puntos muy útiles a la causa. A pesar del tremendo bache del segundo cuarto, no se vinieron abajo y tras el descanso, llegaron nuevos toques de genio desde el banquillo. Qué secretos guardarán las paredes de ese vestuario a partir de ahora tras una charla que ha cambiado el rumbo de toda una semifinal de Euroliga. Desde el -11 de final del segundo cuarto hasta el +4 del final del tercero. Un parcial de 11-26, recitales en ataque y en defensa incluidos, que permitían volver a soñar.
Laso había decidido rotar constantemente a sus jugadores desde el inicio y eso provocó que estuvieran frescos en todo momento. En cuanto alinearon conceptos de juego, la cabeza y las piernas funcionaron al unísono. Tavares y Poirier se hicieron con la zona y Causeur, que quiere esta vez sí llevarse su premio de MVP de la Final Four después de haber merecido el de 2018 y que recayó en manos de Luka Doncic, se alzó como líder de la remontada. Sus 14 puntos en la segunda mitad fueron una de las grandes claves de la victoria. Laso, mejorando la defensa, reforzando el juego en la pintura y dando vuelo al francés, volvió a dar con la tecla para tumbar a su bestia negra.
La frustración del Barça
Mientras los jugadores del Real Madrid celebraban, los del Barça deambulaban por la pista de Belgrado sin encontrar explicación a lo que habían vivido. Después de haberse visto, una vez más, dominadores ante el Real Madrid, habían sucumbido en un final apretado, pero que había quedado escrito tras la desconexión total del tercer cuarto.
Los azulgrana comenzaron con tres pérdidas de balón en los primeros minutos. Después, en los 20 siguientes, solo perdieron un balón más. Estaban encontrando el camino casi sin esfuerzo mientras el Real Madrid se desangraba con fallos desde posiciones fáciles y liberadas. Pero dos pérdidas de balón consecutivas en el tercer acto desencadenaron la tormenta. Jasikevicius, desde la banda, se desesperaba porque estaba viendo como en el horizonte se avecinaba el vendaval blanco.
No encontraba el camino ni con Calathes, ni con Jokubaitis y ni buscando a Abrines en el perímetro. Para colmo, un Cory Higgins sin rodaje después de una larga lesión se había convertido una sombra del que hasta hace nada era el mejor jugador de Europa. Solo le quedaba encomendarse al talento de Nikola Mirotic, Nico Laprovittola y Brandon Davies. Ellos lo intentaron hasta la extenuación y lo tuvieron en su mano, pero lo terminaron perdiendo gracias a una exhibición de juego en equipo y de unión del Real Madrid. El trío maravilla de los azulgrana aportó 58 de los 83 puntos del Barça, pero fueron insuficientes.
Por ello, las caras de Mirotic y Jasikevicius eran el vivo retrato de la frustración más absoluta. El día de la verdad no habían dado la talla. Después de arrasar a los blancos día sí y día también durante toda la temporada, en el momento más importante del curso habían sucumbido. Habían cedido la madre de todas las batallas, la que daba acceso a la final de esa Euroliga que con la que llevan obsesionados durante más de una década. Pero esta vez tampoco será. El montenegrino, después de una exhibición histórica, terminaba derrumbado en el suelo y protestando una inexistente falta en el último tiro desde el centro del campo. El vivo retrato de la desesperación y de la resignación. Pero fue él el que eligió cambiarse de bando y quedarse sin noches como esta.
El trono de Europa
Ahora, el Real Madrid tiene otra misión por delante. Será el sábado cuando vuelva a saltar al ring, aunque esta vez para medirse al rival más complicado de todos. En juego está la competición preferida de los blancos, el cetro continental que han ganado más veces que nadie. Y se pondrá en juego en una pista que ya les coronó como campeones hace tan solo unos años.
Podría ser la tercera del proyecto de Pablo Laso que ha metido al equipo en un total de 32 finales desde que llegó a la disciplina blanca. 21 de ellas terminaron con triunfo y este sábado podría llegar la 22 en solo 11 años. Quién lo diría cuando en el mes de febrero este equipo se vio inmerso en una racha de 15 derrotas en 22 partidos, cinco de las cuales llegaron de manera consecutiva, poniendo al vitoriano una vez más al pie de los caballos.
En el club madridista, que saben mejor que nadie de su valía y de la de todo su equipo, le dejaron hacer y le dieron la oportunidad de recuperar el rumbo. Ahora, tienen una oportunidad de recuperar el trono europeo. Cuanto menos, ya han dado un paso de gigante para terminar la temporada con más ambición y moral que nunca para pelear una Liga Endesa que también parecía imposible.
Este Real Madrid ha conseguido escapar de sus peores fantasmas para volver a retomar su vuelo. Y así lo explicaba perfectamente el propio Laso tras el partido: "Cuando pasamos nuestros peores momentos, sobre todo hasta la Copa que llegamos muy justos, empezamos a preparar lo que iban a ser las verdaderas finales". Dicho y hecho. Sabiendo que una resurrección a corto plazo era imposible y además suponía tener pan para hoy y hambre para mañana, el técnico consiguió inculcar a sus jugadores hacia donde tenían que mirar y hacia donde tenían que poner toda su atención.
El factor cancha en Euroliga estaba consolidado y la segunda plaza en Liga Endesa se podía salvar sin demasiados apuros. Por eso, lo importante era liquidar la serie contra Maccabi y llegar en plenitud a la Final Four. Con ese espíritu se entiende mejor la labor de veterano de Llull, las apariciones de Causeur o los rebotes ofensivos finales de Gaby Deck y Guerschon Yabusele que han amarrado la victoria en el momento que más falta hacía.
Nueve victorias consecutivas, que son diez tras la de este jueves, y que podrían ser once con el segundo título de la temporada bajo el brazo. Pablo Laso, Chus Mateo, Lolo Calin, Paco Redondo y el resto de miembros del staff que acompaña a este equipo de gladiadores de alma irreductible han sabido gestionar una situación explosiva para pasar del ostracismo al brillo más absoluto. Una demostración de grandeza ante todo el baloncesto europeo a la que solo le falta un pasito más para redondear la gesta y tocar el cielo. Concretamente, el de Belgrado.
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