Claves para que una separación afecte lo menos posible a nuestros hijos
¿Cada año aumentan las cifras de divorcios. Actualmente estamos en torno a un 35 % y las razones para separarse son de lo más variadas, aunque la infidelidad sigue ocupando un lugar destacado. Por otro lado, las razones para no separarse NO DEBERÍAN ser nunca los hijos, a no ser que, en la convivencia pactada y forzada por esa razón, se sea capaz de mantener un clima de aparente normalidad en la pareja que no afecte a la convivencia con ellos.<
Es curioso. Escucho muchísimas veces frases como "no me separo por mis hijos” o “hemos tenido un hijo para mejorar la relación...”. Error en ambas situaciones. Tener un hijo es un factor más de posible conflicto con la pareja, porque aparecerán nuevos motivos de discordancia y posicionamientos distintos que empeorarán aún más la relación de pareja. Y eso sin contar con que ese niño sea utilizado para el desahogo emocional de uno de los padres contra el otro.
Aprovechando este comentario, nunca deberíamos hablar mal a nuestro hijo de su padre o madre, aunque sintamos que llevamos razón, porque lo que estamos haciendo es confundir al niño, hacerle sentir inseguro y hasta hacerle sentir con la obligación de posicionarse con nosotros, cuando no comprende qué pasa, por qué se le dice a él algo malo sobre su padre o madre. Y es que el sentimiento del niño hacia el otro es de hijo, no el nuestro de pareja, con nuestras razones. Hablarle mal al niño del otro no solo le perjudica emocionalmente a él sino que también a nosotros mismos, cambiando la imagen que el niño tiene sobre nosotros. Ante todo, debemos darle seguridad, no obligarle a un posicionamiento de estar o querer más a uno que a otro, porque los sentimientos no se modulan a nuestro antojo y se tienen en base a lo que cada uno experimenta y siente sobre su padre o su madre, nos guste o no. Respetemos lo que el niño siente, nos guste o no. Insisto sobre esto porque, a medida que nuestro hijo crezca, será capaz de discernir entre uno y otro con más claridad racional y emocional y tendrá en cuenta, aún inconscientemente, el malestar que le hayamos producido por nuestra actitud de intentar posicionarle a favor de uno u otro.
Mantener la convivencia en la pareja “por los hijos” es un grave error, por los hijos y por nosotros mismos, cuando ya no hay nada. En una pareja desestructurada en la que se ha planteado el divorcio, la relación entre los padres deja mucho que desear, y no sólo a nivel de que los hijos no están viendo gestos de cariño o diálogo, sino que ven enfrentamientos, faltas de respeto, ausencias prolongadas del hogar... y todo eso lo van aprendiendo e interiorizando en su propia personalidad, creándoles modelos erróneos de comportamiento para sí mismos y con los demás, a parte de la indefensión e inseguridad que les producen las discusiones y “pistas”para reproducir justo ese comportamiento con nosotros, comportamiento agresivo por el aprendizaje y por la ansiedad que les producimos.
Hoy en día, ante una separación “civilizada”, los niños sienten menos malestar que antes. Están acostumbrados a tener amiguitos y compañeros de clase que también son hijos de padres separados, lo tienen más normalizado, están acostumbrados a decirse “hoy me voy con mi padre, mi cumple lo celebro dos veces…..”. Pero darles caprichos por comodidad nuestra, por sentimiento de culpa o para manipularles psicológicamente, tampoco les beneficia. Les convertimos en niños caprichosos y egoístas, con baja tolerancia a la frustración y tiranos. Hay que tener autoridad y normas, con flexibilidad y razonándoles siempre por qué son así las cosas, que puedan dar su opinión y que, sobre todo, PUEDAN EXPRESAR SUS SENTIMIENTOS SIN MIEDO. Hay que inducirles a expresar lo que sienten para poder explicarles y que puedan desahogarse.
Hemos de cuidar que lo que tiene que ver con su habitual día a día se vea lo menos alterado posible. Cambios como ir a otro colegio, dejar de ver a sus amigos habituales, dejar de ver a familiares con quienes tenían cierta frecuencia de contacto y buen rollo y, sobre todo, un cambio de residencia, puede afectarles hasta límites insospechados. Obligarles a ver o a no ver a su papá o mamá según la relación que tengan con él es ponerle en indefensión y vernos a nosotros poco protectores, cuando su principal referencia somos precisamente nosotros, con quien el niño se siente más identificado, acostumbrado o protegido.
En custodias compartidas, lo ideal sería la movilización de los padres para no alterar el contexto del niño. Que los chicos se quedasen en la casa y los padres se moviesen cada 15 días al hogar familiar. Ellos no tienen la culpa de nuestros problemas y decisiones. Les deberíamos mantener en lo máximo posible en su área de confort y seguridad. Su habitación, sus juguetes, su casa, etc. Lo demás SON PROBLEMAS NUESTROS QUE ELLOS NO DEBE NOTAR Y SUFRIR LO MENOS POSIBLE. Por favor, las consecuencias paguémoslas nosotros.
Por otro lado, cuando él niño está conviviendo habitualmente con el padre que peor ha asumido la separación, vemos continuas conductas depresivas u hostiles, poca atención al niño, el cese de actividades gratificantes y el clima constante de pena o agresividad, con el consiguiente malestar también del niño e incluso sentimiento de culpa por no poder hacer nada por ese malestar de su padre o madre. Otro factor que no ayuda es la introducción de nuevas parejas y, peor aún, si ya hay convivencia. Aunque hay excepciones según la edad del niño y características de esa nueva pareja, lo cierto es que se ven como una sustitución de SU padre o madre... y cuesta aceptarlo. Imponerles no sirve . Paciencia y no sobreponer a la pareja sobre los hijos, pero tampoco al contrario: cada uno ocupa su lugar emocional.
¿Cómo manifiestan los niños las consecuencias del divorcio “ mal planteado”? Suelen bajar el rendimiento académico, manifiestan problemas de ansiedad, miedos, miedo a quedarse solos, ser abandonados, problemas en las relaciones sociales... que suelen prolongarse hasta la edad adulta a no ser que, cuando se manifiestan estas conductas, se introduzca la ayuda del psicólogo.
Las edades de los niños, como antes decía, influyen. La peor es entre los 6 y 12 años. Intentan resolver, desde sus pocas posibilidades, que vuelvan los padres, teniendo conductas de llamadas de atención sin éxito y añadiendo más problemas a la situación de divorcio. Antes , de 2 a 5 añitos, son muy pequeños para “entender”, y además son egocéntricos: lo bueno y lo malo, percibido subjetivamente, ocurre por ellos. Así que, dependiendo de cómo les hagamos la película, será más fácil. De adolescentes, bueno, peligro porque pueden posicionarse de forma egoísta y manipuladora y, ante la alteración temporal de normas, pueden verse indefensos y protectores sin saber cómo o manifestarse tiranos. Cuando son más mayores, de 17 en adelante, suelen estar “ a su bola”, con sus ilusiones y malestares propios de su edad, y la separación de los padres suele ser lo que menos les preocupa. En ocasiones, para ellos es un respiro si han estado en un ambiente de continuos enfrentamientos.
Así que la separación debe hacerse, por supuesto, si ya se han agotado todas las vías de posibles soluciones, primero por la pareja ya rota y segundo pensando en los hijos,en no mantenerles en un ambiente hostil y de aprendizaje erróneo. Eso sí, una vez decidida la separación, hay que pensar y consensuar el mejor contexto emocional para los hijos, que DEPENDEN A TODOS LOS NIVELES DE NOSOTROS. Un divorcio sin egoísmos facilitará la adaptación más rápida y saludable para los niños.
Ana M. Ángel Esteban.Psicóloga Clínica, Sexóloga.
Tfno:615224680.Facebook:
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