Eduardo Sánchez Butragueño, en la última entrada de su prestigioso blog de fotografía histórica 'Toledo Olvidado', ha recuperado un curioso fragmento del libro de James A. Michener 'Iberia: Travels and Reflections', publicado en 1968 con enorme éxito.

Tal y como recuerda Sánchez Butragueño, que también es director general de la Real Fundación Toledo, Michener era un "gran conocedor de España" puesto que "recorrió el país durante casi 40 años", entre los años 30 y 60 del pasado siglo, logrando retratar en su obra "de manera extraordinaria" la realidad de aquella época.

En uno de los capítulos de 'Iberia: Travels and Reflections', dedicado a Toledo, el novelista estadounidense escribió, y no muy positivamente, sobre "el tipo de turismo que encontró en la ciudad hace ya más de medio siglo".

Sánchez Butragueño, en 'Toledo Olvidado', ha calificado como "sensacional" el pasaje en el que Michener narra la lamentable experiencia que vivió en un restaurante toledano. Es el siguiente:

Me puse a buscar un restaurante donde cenar. Tuve la mala suerte de caer en uno cuya especialidad era engañar a los extranjeros, la mayoría de los cuales solo pasaban un día en la ciudad y al siguiente desaparecían, de modo que podían ser estafados impunemente. No tardaría en ser yo una víctima de esto.

El Gobierno español, dándose cuenta de que las grandes ventajas económicas que reporta el turismo podrían evaporarse con tanta rapidez como aparecieron, ha tomado medidas sensatas para proteger al turista. La cadena de paradores es prueba de ello. Los restaurantes tienen que ofrecer, además de sus menús a la carta, un menú turístico especial del que se puede obtener una buena comida y una botella de vino a precio fijo. A base de este menú se puede comer bien en España por la mitad de precio que en Italia o Francia.

Pero yo me senté a una de las mesas y dije:

—Voy a tomar sopa de pescado, tortilla a la española y flan.

—¿Y qué vino?

—El que den con la comida.

—No damos nada con la comida.

—Pero aquí pone que…

—Tiene que encargarlo aparte; es extra.

—Pero el menú dice…

—Está usted mirando el menú turístico.

—Sí, eso es lo que quiero.

—No, qué va; no dijo usted nada de menú turístico.

—Lo digo ahora.

—No, ahora ya no vale, tiene que decirlo cuando se sienta.

—Pero si ni siquiera ha pasado el pedido a la cocina…

—Es verdad, pero lo he apuntado; lo que importa es lo que apunto.

—¿Quiere usted decirme que si llego a decir «menú turístico» al sentarme, la comida me hubiera costado solo un dólar con sesenta centavos?

—¡Claro!

—¿Y que, como he tardado tres minutos en hacerlo, la misma comida me va a costar dos dólares con sesenta?

—Más otros sesenta centavos de vino.

Le expliqué lo ridículo de la situación, pero el camarero seguía impasible. Llegó el dueño, miró lo que había apuntado su empleado y se encogió de hombros.

—Si lo que usted quería es el menú turístico, haberlo dicho —gruñó—.

—Lo digo ahora.

—Es demasiado tarde.

Me levanté y me fui del restaurante, mientras el camarero me gritaba y el dueño decía que le debía dinero por haberle manchado la servilleta. Es cierto que la había desdoblado.

Además de difundir este sorprendente relato 55 años después de su publicación, Sánchez Butragueño ha publicado en su blog algunas de las interesantísimas fotografías de Toledo incluidas en el libro de Michener, que fueron encargadas por el escritor a su amigo Robert Vavra y realizadas en 1967.

Entre ellas, destacan una en la que aparecen un grupo de toledanos esperando al autobús urbano, conocido como 'katanga' en la ciudad, en los soportales de la Plaza de Zocodover. U otras en la que retrata a una niña vestida de comunión y a un tendero.