Las cosas son como las personas. Algunas envejecen muy bien y otras muy mal. Farcama, la feria de Artesanía de Castilla-La Mancha, está envejeciendo muy mal. No me malinterpreten. Vaya por delante que a mí los artesanos me parecen dioses de la estética que en general han sabido reinventarse y hacen cosas espectaculares. No me refiero contenido, me refiero al continente.

Farcama huele a rancio y hay darle un giro de 180 grados. Empezando por la fecha. Venimos de un septiembre en que nos ahogamos todavía con la pasta que nos ha costado irnos de vacaciones y con los gastos delirantes de la vuelta al cole y ¿pretendemos que la gente compre sin haber cobrado la nomina de octubre? Imposible. ¿No sería mejor acerar la fecha de esta feria a diciembre? Cuando ya resuenen en nuestras cabezas las campanitas navideñas.

Lo segundo, el espacio donde se celebra. ¿En serio nadie ha pensado que puede llover en octubre? Mejor dicho, deberíamos rezar para que lloviera en octubre cuando el agua es más productiva para nuestros acuíferos.

Lo tercero, los estands. No se puede tener los mismos puestecitos o peores que hace 40 años. Las cosas entran por los ojos y si el estand de mi artesano preferido de Farcama es igual que uno de la feria del libro o que uno de un mercadillo de Navidad de Móstoles, algo falla.

Lo cuarto, los conceptos. Sí es artesanía, es producto artesano, pero el lenguaje ha cambiado en los últimos 40 años. Así que hay que potenciar las palabras exclusivo, hand made, diseño.

¿Quieren más? Las redes. No podemos vender la feria en redes sociales como la vendíamos hace 40 años. No, en Instagram, en TikTok, hay otro lenguaje visual.

Todo esto por no hablar de cómo Farcama se utiliza como escenario político para seguir cortando cintas de inauguración (qué antiguo).

Señoras, señores. Si de verdad quieren que resalte el producto, mejoren el envoltorio. Me llamo Ángeles y estos son mis demonios.