Cuando llegué a Toledo en el año 1973 para empezar Magisterio en la Normal de la Avenida de Barber o carretera de Ávila una de las cosas que me llamó la atención fue la denominación de katangas a los autobuses municipales urbanos que unían los diferentes barrios de Toledo con el inevitable Zocodover.
Los que andábamos a dos velas viviendo en algunas de aquellas pensiones del casco histórico, más parecidas a las de la época de Lázaro de Tormes o Guzmán de Alfarache que a la España que se quería vender con el menú turístico obligatorio y el Spain is diferent como bandera de la modernidad, sólo cogíamos el katanga cuando no había más remedio. Bajábamos a la Normal, que ya entonces dirigía el incombustible Raimundo Drudis Baldrich, siempre a pie, porque la magra asignación semanal no daba para gollerías. Y si para abajo intentábamos no tener que recurrir al katanga contando el duro que te podía proporcionar una sesión de cine a media semana, para arriba la mayoría de los días volvíamos con el mismo coche de San Fernando apretando el culo y poniendo la reductora por el Cristo de la Luz.
El katanga era un lujo cuando había piernas con dieciocho años. Así que tengo que confesar que uno usó muy poco el katanga pero ha mantenido en su memoria la curiosa denominación que siempre recuerdo cada vez que piso Toledo, y que por lo que nos cuentan Eduardo Sánchez Butragueño desde su blog Toledo olvidado y el director de este papel digital Alberto Morlanes, parece que las nuevas generaciones no son muy propensas a seguir utilizando un topónimo que en los primeros años sesenta nos hartamos los niños de la época de oír por la radio en los “partes” obligatorios diarios de todas las emisoras españolas conectadas a Radio Nacional.
El territorio de Katanga, asociado a la descolonización del Congo Belga y a la figura de Lumumba es uno de esos recuerdos imborrables que parece prendió de una manera especial entre los toledanos, quizás porque el periplo del autobús hasta el barrio que se bautizó popularmente como Corea se asemejaba a una de esas aventuras en las que podía pasar cualquier cosa. A Corea, en Toledo se iba en el katanga, y luego vino la película inglesa de 1968 cuya traducción más natural habrá sido “Los mercenarios” pero que en España se llamó “Último tren a Katanga” y quizás todo aquello contribuyó a que el ingenio popular brotara con tanto éxito. Subir en el autobús era una verdadera aventura.
Uno conoce solo otra denominación castiza semejante en toda España a la altura de la toledana para llamar a los autobuses urbanos y son las famosas guaguas canarias; otro misterio de nuestra lengua que seguro tiene para cada lector una explicación. Se admiten interpretaciones.