Hay 923 castellanomanchegos que tienen más de cien años, según la estadística oficial del INE que se ha publicado esta semana. Es decir, que casi mil de los más de 2 millones de ciudadanos de la región nacieron antes de 1924. El dato puede resultar accesorio, un apéndice de una noticia mayor, o ni siquiera; pero si le ponemos algo de pausa a la cifra, quizá encontremos algún tesoro que diga algo de lo que somos.
Esas 923 personas nacieron el año en que se produjeron las primeras emisiones de radio en España, o incluso antes. Aunque Radio Ibérica había hecho algunas pruebas meses atrás, fue en noviembre de 1924 cuando EAJ-1 (Radio Barcelona) y EAJ-2 (Radio España de Madrid) se convirtieron en las primeras cadenas en emitir programas de radio con licencia. Así que esas personas de nuestra región nacieron en un mundo sin radio y, por supuesto, sin televisión, cuyas primeras emisiones no llegarían hasta 1956. Así que su vida era analógica: hablaban con el vecino, que les contaba las cosas del pueblo que había oído por ahí, en el bar, donde también había viajeros que narraban historias de otros pueblos y ciudades. Esas 923 personas nacieron en un mundo carnal, donde las cosas tenían un valor que no era el de la novedad, donde había personas que arreglaban esas cosas cuando se estropeaban. Un mundo en el que lejos significaba imposible.
Aquella España en la que nacieron trataba de superar años de confrontaciones laborales. Los sindicatos probaban su éxito y los incipientes partidos políticos se afanaban por construir un país dominado aún por los ecos de un bipartidismo que, si bien había ocasionado una historia de paz y prosperidad sin precedentes, comenzaba a dar señales de agotamiento. Esas 923 personas fueron los niños de la Guerra Civil: vieron a sus padres morir o sobrevivir a duras penas. Algunos formarían parte de familias que estaban en el lado vencedor, pero todos perdieron. Porque algo de España se perdió para siempre en esa guerra de hermanos y vecinos.
Seguro que buena parte de esos mil castellanomanchegos centenarios fueron chavales que pasaron hambre en los años 40 y 50. Crecieron en casas humildes en las que, sin embargo, había conversaciones llenas de vida. Los días eran lentos y la prisa una ocurrencia. Fueron madurando en hogares con abuelos y bisabuelos y vecinos que se prestaban cosas y que echaban una mano cuando hacía falta. Por eso crearon sus propias familias en un contexto que desterraba lo individual y primaba los lazos comunitarios y la entrega. El ocio era ir al río con unos bocadillos y tratar de reponerse de una semana agotadora, sin horarios ni moscosos, doblando la bisagra bajo el sol de esa Castilla La Nueva que apenas comenzaba a vislumbrar su futuro.
Este llegaría con la democracia, que nuestros vecinos recibieron ya como adultos, en plena madurez, como actores principales de esa España que conquistó para sí la libertad y que lo hizo sin ira. Fueron los artífices del abrazo de la Transición que hoy algunos con mando en plaza (y en Moncloa y en Ferraz) quieren deshacer. Es a esos ancianos a quienes les están robando su historia.
El nuevo siglo les traería a esas personas una vejez desconcertante. Habrán visto cómo el mundo, que era lejano y complejo, parece acercarse a través de pantallas cada vez más grandes y conexiones cada vez más rápidas. Aunque me temo que, en sus adentros, esas personas saben que el auténtico diálogo se hace con las palabras y los ojos y no con los teclados o los emoticonos; que los acuerdos que valen se sellan con un abrazo y no con código QR; que la felicidad que perdura lleva el nombre de una persona y no el anonimato de infinitos y siniestros likes.
Son 923 personas que viven entre nosotros como faros ante la oscuridad. Su luz proviene de los años de noble combate, de todos los errores que han cometido, de cada una de las heridas que han aprendido a cicatrizar, de todas las veces que han aprendido a levantarse. Miremos lo que ellos miran, aprendamos a ver el mundo con la sabiduría de sus silencios y quizá tengamos la oportunidad de seguir cediendo el testigo de la historia a esos otros rostros que lucharán en los tiempos venideros por no ser considerados nunca una cifra más de una estadística cualquiera.