Hasta ahora era Darío con sus ditirambos y claros clarines, pero en estas décadas tormentosas del XXI es Amón, hijo de Santiago, niño de la canasta que pintara Antonio López como descubrió el otro día en Tomelloso. Ha pasado por La Mancha un Quijote sin armadura y pelo alborotado, como de sabio loco, cierto desaliño impostado y látigo en la palabra. Descubre en el micrófono su ciclópea sabiduría forjada en miles de lecturas y momentos callados. De hecho, si es amante de la palabra, más lo parece del silencio. Brilla su mirada porque es ahí por donde sale su talento. Y es rápido como pocos. Si fuera futbolista, podría ser Rummenigge, porque antes de que termines la jugada, ya está entrando al balón.

Su discurso es más luminoso cuanto más fugaz y ha aprendido a la vez los códigos de la radio y la escritura, que no son siempre fáciles de dominar a un tiempo. Podría ser un Ramón con nuevas greguerías que alcanzarían la tele y sus artículos, escritos a vuelapluma mientras Alsina habla y descompone la actualidad. Como perfecto tertuliano, se ríe de todos ellos y de sí mismo el primero. Su humorismo habla de la inteligencia que asalta las sienes. No me extraña que tenga fama de seductor, porque con la palabra teje un ligero vestido que envuelve a su interlocutor a medida, igual que si de una transparencia se tratara. Ya adivina lo que piensas y tiene preparada la respuesta.

Rubén Amón es probablemente uno de los más brillantes intelectuales o pensadores que tiene nuestro país en la actualidad, capaz de estar todo el tiempo en los medios sin caer en la vulgaridad y ejercer magisterio. Habla de Sánchez como de Wagner, casi sin transición. Eso sí, dejando las cosas en su sitio. El otro día en Tomelloso nos deleitó con una entrada fantástica en conexión con Kiev donde un grupo de españoles dirigidos por Ignacio García representaban La Rosa del Azafrán en ucraniano. Para lo exótico, también está Rubén, como su homónimo y el cortejo de los paladines. Encima es taurino, lo cual habla todavía más de su inteligencia y capacidad intelectual. Los toros son el arte más culto del mundo, dijo Federico García Lorca.

En agosto se va a Bayreuth y Salzsburgo para olvidarse y dejarse llevar por la música. Si viviera en los palacios de Sisí, sería violinista de cámara y se retiraría a sus aposentos para ensayar. Juega al baloncesto y aborrece la Navidad. Del Atelti y buen conversador, probablemente el mejor. Ha escrito ahora sobre ello y el otro día lo ejemplificó con una comida asombrosa en Marquinetti donde terminamos cantando con Rosa Belmonte, Sergio del Molino e Isabel Vázquez el Sembrador y las Espigadoras. La Cultureta, de Onda Cero, camino ya de la década, para enmarcar. Alguien a quien merece la pena leer y escuchar en el universo caótico y mediático que vivimos. Rubén, oro y hierro, Plinio sagaz y marca propia. ¡Qué manera de vivir!