Sánchez el buen doctor
El termómetro de la moralidad pública lo puso así de alto el propio Pedro Sánchez. Al alimón con Pablo Iglesias, encaramados a los cielos. Han dado lecciones hasta cansar a media España. No todos somos iguales y muchos menos Sánchez, claro, que llegó a la Presidencia del Gobierno ventilando una desautorización feroz, gruesa y general de la ética de Mariano Rajoy: "Usted no es una persona decente", le dijo sobradísimo de superioridad moral de la izquierda. Eso le bastó a Sánchez para aliarse con cualquiera con tal de llegar a la Moncloa. Pero la izquierda española desata cacerías que terminan por ser purgas internas y en Pedro Sánchez esperábamos al buen doctor que ahora, sin embargo, empezamos a vislumbrar como otro del montón: quién iba a pensar que el gran agitador de la limpieza en la vida pública, el Terminator de la moralidad, la transparencia y el buen gobierno se iba a ver a los cien días enfangado en su propio barrizal y batiendo estos récords tan poco aconsejables. Cien días de pura gloria sanchista.
Siendo consecuente consigo mismo y con sus propias ideas y listones morales, a estas alturas el doctor Pedro Sánchez tiene una buena salida honrosa: convocar elecciones generales de inmediato, como prometió, y someterse al menos al escrutinio de los ciudadanos. Marcharse directamente tal vez sea mucho pedir, pero en este fango urgente y estival no es sostenible mantener a un presidente que, por ahora y además, nunca ha tenido el respaldo de los ciudadanos para irse a vivir a la Moncloa. Todos necesitamos esa confirmación, más aún el elevado sentido de la decencia del doctor. Desde luego la opción de enrocarse está muy por debajo de lo que presumimos que Sánchez espera de sí mismo y de su alta estima propia: un político que pontifica y enseña tanto cada día debe situarse a la altura que exhibe y exige para los demás. Es lo mínimo: todo lo contrario será una desautorización de sí mismo cada día que ponga el pie en la escena pública y eso el presidente Sánchez no puede permitírselo a estas alturas sin salir gravemente perjudicado.
La felicidad era esto.