Page funda un nuevo tiempo sobre la moto de Molina
El finiquito político a la vista de todo el mundo que Jose García Molina se ha labrado para sí mismo en los últimos cuatro años, y que terminó majestuosamente el otro día con la foto impagable del páramo y la moto en la despedida de la risa en la mano escondida, ha sido en realidad la epifanía de la nueva era política que se abre en Castilla-La Mancha. La revelación en tiempo mortal de que esta sobredosis de adanismo y arrogancia, en manos de un político tan narcisista y cursi como altanero y melifluo, estaba destinada a diluirse en la nada de un paréntesis de sal en el océano de la vida pública de la región. La tierra castellano-manchega que esta izquierda disparate creyó venir a refundar y que de un manotazo le ha puesto la realidad delante de la cara. Y el genio con los ojos a cuadros: ¿qué habré hecho yo para merecer esto? Creo haberlo dicho por escrito unas cuantas veces y por eso ahora no tengo sentimiento de leña del árbol caído ni nada semejante: esta ramita se ha tirado sola porque, tal como crecía, su destino estaba en desecarse. El nuevo hombre de García Molina, ese visionario del traje gris que citaba a Nietzsche y a sí mismo, era en realidad toda esa legión que lleva siglos en la historia y sale corriendo a la vista de tanta presumida vanidad.
El nuevo tiempo que viene por delante va a ser casi todo para Page. Ha renovado sus fuerzas a lo grande y se ha quedado con la moto de García Molina, con su sueldo oficial, su despacho y sus votantes, aunque es verdad que al exjefecito regional de Podemos nadie va a poder arrebatarle en el currículum la florecilla de su meritoria carrera-relámpago y el boato de los días de gloria que la suerte y la casualidad le dieron ese día de mayo de hace cuatro años en el que comenzó su demolición a la vez que sus mejores momentos de vino y rosas. Días tocados de fugacidad y tan felices mientras duraban. García Molina desconocía la historia abducida de la izquierda castellano-manchega, eternamente ansiosa por ser la muletilla fagocitada de los dioses, o tal vez es que simplemente prefirió ignorarla y aprovechar el suelo de cristal al que se vio subido hasta que terminara de romperse, y darse así vidilla mientras tanto. Los Molina de siempre, entonces en manos de Bono y ahora de este Page sagaz y victorioso. El paseo imperial del "molinismo" ha sido arrasador para la izquierda en Castilla-La Mancha, aunque nos queda al menos el consuelo del servicio prestado a los que hayan sido capaces de disfrutarlo siquiera un poco en este tiempo ya muerto y olvidado. Tiempo de humo y tierra quemada, según lo ha definido David Llorente, y una época vilipendiada ahora por todos, a izquierda y a derecha, el mundo alrededor que señala su culpa invariablemente como si nadie más hubiera estado tan ciego. Hombre, tampoco es para tanto: el rey iba desnudo, pero también toda la corte.
La muerte certificada de Podemos en Castilla-La Mancha es el final anunciado que Juan Ramón Crespo y toda su izquierda hundida no supieron ver. O no quisieron o no les dio la gana. Advertidos estaban y Llorente llevaba largo tiempo clamando en el desierto molinista. Y algunos más. Les nubló el sentido ese ansioso futurible de pisar los salones del poder. Hagamos pues las pompas fúnebres, observemos el páramo y la moto y pensemos en que alguna vez pudimos pero ya no podemos, aunque esa imagen final del molinismo lleve dentro tanta belleza y tanto simbolismo y tanta luz sobre el pasado y el futuro, la vida y la muerte. Nos queda al menos esta instantánea insuperable. A García Molina nadie le echó de menos el viernes en el Día de Castilla-La Mancha, pero su despedida motera ya estaba hecha a lo grande en el Twitter. No lo podía mejorar, para que más. Todo estaba dicho: el muerto político culminó el óbito, el forense certificó la defunción y el notario no tuvo más que estampar el sello y la firma. No cabe una despedida más elegante y más elocuente y más fina. El hundimiento televisado. Abran todas las puertas del cementerio y derramemos todas las lágrimas, amén.