Pedro y los Pablos
Pedro Sánchez ha metido la directa hacia unas nuevas elecciones generales y parece difícil que podamos evitar ese naufragio. Ya veremos. España se está tambaleando y no tiene el horizonte despejado, pero ya no nos quedan políticos de Estado ni grandes nombres a los que amarrarnos a la cosa pública, tan solo lidercitos de medio pelo que juegan con sus ambiciones de poder y manejan las instituciones públicas como si fueran de su propiedad y en medio de un teatro general que sólo está provocando hastío y perplejidad en tanta gente. Hemos perdido ya un precioso tiempo desde las últimas elecciones y el presidente del Gobierno ha dejado pasar alegremente este verano mientras empiezan a chirriar los resortes de la economía nacional y dejan de resolverse, aparcados, problemas y necesidades que no pueden esperar a las caprichosas negociaciones de los partidos y sus dirigentes. El Gobierno sestea y la oposición complacida dormita de reojo a la espera de que termine la esperpéntica función y alguien decida si volvemos o no a unas nuevas elecciones que tal vez nos lleven de nuevo al punto irresoluble de partida. Pinta azul oscuro.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, los picaflor del ruedo nacional, han montado una gigantesca comedia que probablemente ya tienen decidido cómo llevar a su final, aunque no sin enredar antes un rato a los españoles y buscar los mejores momentos demoscópicos que puedan encontrar. Todo es una farsa y la sensación de gobierno inexistente y políticos absurdos va creciendo por momentos en una opinión pública que no encuentra esperanzas en los periódicos ni alegrías en los datos generales de la realidad nacional, con el paro creciendo a niveles de hace años y el fantasma de una nueva crisis sobrevolando todo el espectro en esta España nuestra en la que tal vez nadie piensa de verdad. Pedro y Pablo, jugando a jefecitos en el gran teatrillo ibérico, hacen cucos por las esquinas y no aparentan intención alguna de entenderse, mientras Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal siguen disfrutando de un verano que ven prolongarse tal vez hasta noviembre. Pedro y los Pablos preparan el escenario de unas elecciones repetidas y nadie en ese entorno tiene casi nada importante que decir. Los intereses nacionales quedan para luego.
La primera responsabilidad recae, evidentemente, en el presidente del Gobierno, que anda zascandileando el estío como si se tratara sólo de lo suyo, aunque la siestecilla general de la política española supone añadir también complicidades y silencios que apoyan y justifican el parón general de estos meses propiciado por el Doctor Falcon. Aparte está lo de Pablo Iglesias, mendigando a Sánchez y políticamente humillado por él, convertido en protagonista total de un espectáculo por la izquierda que es una mala película, ausente de guión, con pésimos actores y un montaje manifiestamente mejorable. Torpe trasunto de sí mismo. Pedro, los Pablos y la perplejidad general ante una clase política con casi todo por aprender. Ah, menos las artimañas de zorrillos.