No me des lecciones de periodismo
No sé qué esta pasando, pero el periodismo en España empieza a estar asustado. Nos morimos de miedo. Todo el mundo da lecciones aquí a los periodistas: los políticos, los empresarios, los futbolistas, las redes sociales, los premios goya, la gente en los bares. E incluso los propios periodistas, algunos de ellos, que se creen tocados por la mano de Dios y sobrevuelan su falta de independencia por la de los demás enseñando el oficio y su ética como si ellos mismo tuvieran oficio y ética en sobredosis desconocidas para el resto de los tontos mortales que, pobrecillos, no sabemos juntar tres palabras seguidas sin llamar al despacho de turno para pedir el permiso correspondiente. Dios nos libre a los periodistas de nosotros mismos y, sobre todo, de aquellos que desde la pluma ya viejuna y revenida, retorcidos, serviciales y feos, nos enseñan cómo se levanta la integridad de la profesión sin pudor y sin vergüenza. Hay que ver cómo gritan aleccionadores con una mano y cómo pastelean con la otra bien escondida. Empezamos a tenerlos a mares.
Desde antiguo sabemos que somos una profesión cruel, canalla y difícil pero el susto nos ha ido ganando terreno y ahora tal vez estamos medio muriendo entre la bota política, la ruina económica y la placidez tecnológica, cabalgando el oficio sobre el buenismo y la corrección. La propaganda. La socialdemocracia y sus sacrosantos valores, metidos en vena a capón, nos están haciendo pensar que somos mejores cuanto más simpáticos y amables y bien recibidos seamos en los salones del poder, en otro tiempo enemigos encarnizados. Toca estar muy guapos y perfumados. A estas batallas hay que sumar ahora las que libramos los periodistas contra nosotros mismos desde nuestras trincheras ideológicas, empresariales, políticas o simplemente rabiosas y personales. La verdad ya no es lo que era y ahora lo llaman posverdad o sencillamente ir a las ruedas de prensa, tomar nota de todo a la carrera y no hacer preguntas incómodas. Mejor aún: no hacer preguntas de ninguna clase. Coge el dictado y corre.
Qué trágico todo, ¿verdad?, con lo bonitos que están los periódicos y lo bien editados que salen los telediarios a la hora de la cena. Y esas fantásticas infografías. Quiero pensar, por salvar un poco la cosa, que el periodismo político de los ochenta y los noventa en España no hubiera permitido, sin gritar mucho a la vez, las mentiras del poder de hoy en día, su falta de vergüenza y su mediocridad, su evidente estafa moral a toda la sociedad española de este 2020. Que eso haya existido es precisamente el germen de la esperanza de que el futuro es recuperable: eso y los contados pero imprescindibles y brillantes ejemplos de periodismo comprometido hoy con la verdad, con la gente, con el país, con la honestidad profesional. Por favor, tío, no me salgas de la merienda dando lecciones a los que, sin ser héroes, al menos estamos callados y no hacemos ningún ruido. Quita tus sucias manos de encima, joder.