Hay muchos Sánchez en Pedro Sánchez
Empiezo a sospechar que Pedro Sánchez es el político con las ideas más claras que España ha tenido en mucho tiempo. Pocas ideas, probablemente, pero tan firmes y decididas que pueden resumirse en una sola: ser el dueño del futuro. El yo supremo, o sea. Y me malicio que va a conseguirlo, como creo haber dicho alguna vez. Los principios morales de Sánchez evolucionan en la misma medida y velocidad que sus necesidades de supervivencia política, un permanente chapoteo, ya en mar en calma, ya en medio del naufragio o la tormenta, con la saludable intención personal de mantenerse vivo y al mando. Un día más con vida. Ha montado el presidente toda una estructura de poder a mayor gloria de ese horizonte y todo apunta a que sus mayores esfuerzos se dedican a cumplirlo. El hombre sin mayores atributos nunca duda de su grandeza y Sánchez, que en absoluto es un político vulgar, se ha puesto a cabalgar por encima de todas sus vanidades y sólo tiene una mirada real para sí mismo y su posición de liderazgo en la charca, esté de empantanada como esté. Lo que de verdad le importa.
Creo que esta naturaleza política de Sánchez, tan obvia, tan firmemente afianzada en el ejercicio del poder, explica gran parte de sus acciones como presidente del Gobierno, también sus clamorosos silencios y sus manifiestas contradicciones, ese permanente bamboleo en el que vive y que está convirtiendo la vida pública nacional a ratos en un campo de batalla, otros en el camarote de los hermanos Marx y frecuentemente en un pantano de aguas sucias y turbulentas. Lo que Felipe González ha llamado este fin de semana "una crisis de gobernanza" y el "peor periodo de incertidumbre".
Pedro Sánchez se viste cada día para el momento y la ocasión, pero esta circunstancia, que muchos observan como un defecto o una falta de integridad, es también en realidad un principio de esperanza. Hay muchos Sánchez en este Pedro Sánchez y eso nos pone delante del ruedo político la oportunidad de que, al albur de un cambio brusco del viento, aparezca de pronto un hombre nuevo que despierte justo antes del naufragio general y pegue el necesario volantazo. Uno cualquiera de todos los posibles Sánchez, ese hombre-camaleón que vive en la Moncloa, puede ser en realidad el hombre que nos devuelva la ilusión en el futuro. Su pasión por evitarle el abismo a su narciso puede terminar siendo la salvación de todos los demás. Porque, como dice Pedro Cuartango, Sánchez no es: está. Sencillamente. Y se mimetiza con el entorno de forma sistemática según las circunstancias. Que sea para bien o para mal es algo que está por ver, pero al menos existe la oportunidad de que un día tome el buen camino, por muy escéptico que uno sea. Que lo soy a mares.
Claro, que esta esperanza de futuro es sólo una hipótesis. Una posibilidad. De momento Sánchez está cómodo en sus dos trajes actuales: el izquierdista tirando a radical que no se salta del catecismo de los lugares comunes ni un solo mandamiento, agitando inconscientemente el patio para solaz de la alegre muchachada, y el de embaucador de todos los poderes y estructuras del Estado para ponerlos, poco a poco, al servicio de la causa, que no es otra que la suyita personal y agarrarse a la bancada todos los años que vengan por delante. Pero todo puede cambiar de un momento a otro porque la naturaleza es inevitable y difícil de esquivar: igual que Sánchez es capaz de decir una cosa y la contraria en una sola frase, y apuntarse al café y al chocolate en el mismo desayuno, bien puede también acostarse republicano y amanecer monárquico y fumarse un puro luego para celebrarlo. O viceversa, claro, que ahí está el peligro y a la vez la oportunidad: la falta de principios. Decir algo y hacerlo justo al revés, incluso sin pestañear, es un hábito conocido de este presidente y eso promete un futuro de largo aliento para su horizonte. El suyo.
Sánchez, sospecho, tiene probablemente mucha carrera por delante y algo aún más importante: todos los recursos en su mano para no dejar de correr en largo tiempo. No hay freno, no hay barreras. Como sea. Por si acaso, que Dios nos pille confesados.