Dos metros de humanidad y afilado sentido del humor. Ironía, sarcasmo y bonhomía: Gustavo Adolfo Muñoz, periodista, amigo, buena persona. Un tío grande y también muy alto. Infinito, mirando siempre con humildad para contemplar el mundo. Y verlo con carácter propio y desde la bendita incorreción política, sin cálculos ni hipocresías. A poder ser, a la contra. O sea, un tipo incómodo y cascarrabias, incompatible con la manada, íntegro y corrosivo. Valiente y por libre, aunque pagó su precio por ello. La discreción y la modestia fueron su manera de ser un tío elegante entre la gente, buen amigo de sus amigos, excepcional compañero y un gran conversador. Su temprano adiós nos ha tocado de cerca y nos ha dolido: porque le queríamos, porque ya llevábamos un tiempo echándole de menos, porque no pudimos cerrar las despedidas con un último café, una sobremesa final para abrazarnos y sentir la emoción.
Ese adiós nos faltó para siempre. Pero a Gustavo su gentileza no le permitió hacer otra cosa. Era así y tal cual le quisimos. Se guardaba la vida interior como un gran tesoro y fue siempre tan reservado a tiempo completo, esa manera tan suya de no querer molestar, que en este penúltimo trayecto fue poniendo distancias y buscando tal vez la soledad protectora de todos nosotros, no fuera a dolernos más de lo estrictamente necesario. Que para eso ya estaba él. No sé: una compostura y una discreta y enorme generosidad que tal vez en algún momento ha podido desconcertarnos, pero que finalmente hemos comprendido y respetado y que nos acerca todavía un poco más. ¡Qué tío! Esa elegancia y ese talante que siempre fue su condición natural y su forma de entregar la amistad: honesto, sincero, sin dobles vueltas, sin paños calientes. Agua clara: le querías o no. Así era él y así le entendimos los que tuvimos la suerte de conocerle a lo largo de más de media vida y acumular unas cuantas veladas y algunos vinos. Dos o tres.
Un tipo grande, ya digo. Un gigantón. Un periodista comprometido, de los de antes, vocacional e incómodo, correoso, firme con los hechos y libre y lanzado en las opiniones. Un columnista brillante y divertido, independiente y solo fiel a sí mismo, aún a costa del ostracismo que con frecuencia tuvo que soportar, el precio de su integridad y de pertenecer, tal vez, a otra época. Un gran amigo de sus amigos, cercano y buen compañero, pero atizando cuando tocaba y llamando a las cosas por su nombre, según el particular bautizo con el que él interpretaba el mundo y repartía títulos y nominaciones. Agua bendita. Siempre Gustavo a su manera. Como ha escritoPedro López Gayarre, un hombre de fiar, un quijote, un tipo entero. Su gran amigo del almaManolo Cerdán, el mejor siempre, adoraba a Gustavo Adolfo y todos en la Galería esperaban que, al hacer acto de presencia, se iluminaran todas las estancias y pudiera darse comienzo a cualquier fiesta. La más famosa de todas, el 3 de febrero, festividad de San Blas, siempre encendida por Manolopara los mejores amigos,ha sido al final el día de la marcha de Gustavo, cerrando un círculo que, aunque trágico, tiene algo muy hermoso y divino, y así Manolo, tan entrañable en todo momento, también lo ha entendido: aún más emoción, más recuerdo, más cercanía en nuestros corazones. Genio y figura: tenía que ser en San Blas.
Adiós, Gustavo, que nunca quisiste flores como esta ni almíbares excesivos. Lo sé. Sabrás disculparme la osadía, pero es el alma penando una pena y un recuerdo que siempre llevaremos adentro. Como a Jota, como a María Ángeles, como a tantos. Un fuerte abrazo, amigo, el que últimamente no pudimos darnos.