Entre cielo y tierra. Jón Kalman Stefánsson
En Paginados, uno de los contados programas dedicados al mundo del libro que subsisten en RTVE junto a Libros con wasabi, tuve noticia de una novela, Entre cielo y tierra, la primera parte de la Trilogía del muchacho, y de su autor, el islandés Jón Kalman Steffansson (Reikiavik, 1963). Normalmente, en este programa el acercamiento que se hace a un libro y a su autor le da a un lector medio las suficientes pistas para decidir. Es verdad que también, como es común a los escasos suplementos literarios o culturales de los periódicos de papel que resisten, existe una tendencia a descubrir una obra maestra cada semana. Es necesario que el lector o el televidente haga continuamente un ejercicio crítico para evitarse la correspondiente decepción semanal. El libro de Jón Kalman Stefásson, interpuestos todos los filtros críticos y de gusto personal parecía acumular las suficientes virtudes para arriesgar, y a estas alturas, volver a sumergirse en el ambiente de una novela que le podría llevar a uno a otras dos. Lo que se ofrecía eran una serie de historias ambientadas hace más de un siglo en los fiordos occidentales de Islandia, protagonizada por dos adolescentes que comparten la dureza de la vida en el mar, de la propia isla cuando salen del mar y del único escape que la vida les proporciona, su afición a los libros y sus ganas de descubrir el mundo y la propia vida. De esa mezcla que nos venden en las contraportadas, ahí va una muestra:
“A un lado, mar, al otro montañas de altura vertiginosa: he aquí toda nuestra historia. Las autoridades y los comerciantes quizá gobiernen nuestros míseros días, pero el mar y las montañas reinan sobre nuestros vidas. Son nuestro destino, o eso creemos a veces…” (Página 16).
“De hecho, allí donde una barca pueda entrar en el agua se construye una granja, y en pleno verano el verde cubre el campo de alrededor…” (Página 20).
“Ha muerto de frío porque leyó un poema".
“Ciertos poemas viajan con nosotros hasta donde no llega la palabra ni el pensamiento, ellos nos guían hasta la esencia misma, la vida se detiene un instante y se vuelve hermosa, diáfana de añoranza y felicidad. Otros transforman tu día, tu noche, tu vida. Algunos te hacen olvidar, olvidas tu tristeza, tu desesperanza, tu chaquetón de marinero, y entonces el frío te atrapa, ¡pillado!, dice, y estás muerto. Al morir te vuelves pasado de inmediato. Da igual cuán importante fuera la persona, cuan grandes fueran su bondad y sus ganas de vivir o que la existencia sea inimaginable sin ella: ¡pillado!, dice la muerte, y la vida se desvanece en una fracción de segundo y la persona se vuelve pasado. Todo lo relacionado con ella se diseminaen recuerdos que te esfuerzas en conservar, porque es traición olvidarlos. Olvidar cómo bebía café. Cómo reía. Cómo alzaba la mirada. Y, sin embargo, olvidas. La vida lo exige. Olvidas lenta pero incesantemente, y el dolor te desgarrará el corazón” (Página 81).
“…en Islandia hay poco que ver, sólo montañas, cascadas, extensiones agrestes cubiertas de hierbajos y esa luz capaz de perforarte y convertirte en poeta” (Página 109).
“La mayoría de nosotros siempre estamos endeudados con las tiendas, también con la vida misma, es cierto, pero esta deuda se paga con la muerte” (Página 135).
“… cuando cargas peso te olvidas de ti mismo, tu mente descansa y al menos en ese lapso de tiempo no te corroe la incertidumbre…”(Página 141).
“…es probable que nunca seamos capaces de comprender que lazo puede unir a dos personas toda una vida, un lazo tan fuerte que incluso el odio es incapaz de romperlo” (Página 154).