Memorias de un hombre de placer
José Moreno Villa titula en su clásico estudio sobre los bufones de la corte española de los Austrias, Locos, enanos, negros y niños palaciegos: gente de placer que tuvieron los Austrias en la Corte española desde 1563 a 1700, y todos conocemos a través de los cuadros de Velázquez o Carreño a alguno de ellos. El mismo Moreno Villa identificó ciento veintitrés de estos “bufones, locos y simples” y llega a decir que los “Habsburgo españoles gastaron un loco o un enano por año.”: Magdalena Ruíz Sánchez, el enano Soplillo, Luisillo el flamenco, Sebastián de Morra, María Bárbola, Antonio el inglés, El niño de Vallecas, La Monstrua, Nicolasito Pertusato…
Pues bien, uno de estos hombres de placer, Joseph Boruwlaski (Polonia, 1739-Inglaterra 1837) recorrió las cortes europeas de su época levantando admiración y sirviendo de ocio, espectáculo y entretenimiento a nobles y reyes. Acabó obteniendo una renta vitalicia por cuenta de protectores y amigos que le permitió vivir los últimos años de su vida en la ciudad de Durham, donde “ingresó en la logia masónica local y cultivó su imagen de hombre respetable, culto y bien relacionado” hasta su muerte, con noventa y ocho años.
Según nos cuenta Victor D. Zamorano en el prólogo a estas Memorias del célebre enano Joseph Borulawski, gentilhombre polaco: “Nació en las cercanías de Chaliez, en la región sudoriental de Polonia, en 1739. Fue el tercero de seis hijos de unos padres de talla corriente que tuvieron cinco varones y una mujer, tres de ellos de estatura media, mientras que los otros no llegaron a alcanzar, según él mismo nos cuenta, la estatura habitual de un niño de cuatro o cinco años. No podemos estar completamente seguros de qué tipo de enanismo sufría. No obstante, la forma más común, la acondroplasia, parece descartada, probablemente fuese un trastorno de carácter hormonal de la glándula hipofisiaria lo que lo hacía extraordinariamente bajo (alcanzaba cuando dejó de crecer, a los treinta años, 99 centímetros), pero bien proporcionado.”
Estas memorias, escritas antes de 1788, cuando se publican por primera vez, son un poco decepcionantes para el lector actual que espera muchos más detalles de su vida cotidiana y de las diferentes cortes por las que pasa. Casi todo se reduce a la adulación de sus protectores y a la justificación de su tipo de vida, aunque el apartado dedicado al cortejo y casamiento con su esposa, con la que tuvo hijos de estatura normal, se sale un poco de esa monotonía que acaba cansando al lector con un texto que uno considera de un limitado interés.
Eso sí, cualquier lector encontrará en el documentado prólogo de Víctor D. Zamorano casi todo lo que podía esperar del texto, porque además de completar su biografía nos lleva de la mano con amenidad y aportando informaciones en muchos de los pasajes en los que el “hombre de placer” polaco se pierde en la adulación hacia sus patrones y hacia sí mismo.
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