Elogio y agobio del festival de Almagro
Que me perdone el autor de aquel “Elogio y agobio de Toledo”, que pretendía ser en los años ochenta del siglo pasado el contrapunto al “Elogio y nostalgia de Toledo” de don Gregorio Marañón. No recuerdo ahora su nombre, y aunque me he levantado para mirarlo y me he sentado de nuevo para buscarlo en internet no doy con él. Se ve que su obra era de antes de la wikipedia. Decía Josep Pla que plagiar tenía mérito porque era necesario tener memoria. Vaya por delante mi condición de plagiario dispuesto a reconocer que el título no es mío.
Tiene uno la buena costumbre desde hace años de darse una vuelta por Almagro un fin de semana en el mes de julio. Si la cosa va bien, entre el viernes y el sábado se pueden ver dos, tres y hasta cuatro obras de teatro. Lo fundamental para no equivocarse es seguir el mismo criterio de programación que desde su fundación ha seguido el festival. La base de todo el mes es la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que desde el principio hizo de Almagro su segunda sede y el estreno de lo que luego será la temporada en Madrid y las giras por provincias. La obra que represente la CNTC en el espacio del Hospital de San Juan casi nunca falla y este año, el fin de semana pasado, estaba en escena El perro del hortelano, una de esas comedias denominadas palatinas con las que Lope hace un despliegue de su erudición, de su profundidad en el conocimiento de los mecanismos psicológicos que mueven los sentimientos de hombres y mujeres, y con la que en definitiva deja muy claro a cualquiera que tuviera esa duda que era capaz de escribir otro tipo de comedias muy distintas de las que en su Arte nuevo de hacer comedias definía con sus conocidos cuatro versos: “y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron / porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto". Al Lope estupendo, y sus erudiciones infinitas y al espléndido montaje dirigido por Helena Pimienta, no hay un solo pero que oponerle.
De Fuente Ovejuna, puesta en escena por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, ya habló uno en esta misma columna de la podemización de Lope y de una obra que, sin embargo, gracias a la inteligencia en la puesta en escena, el planteamiento teatral y la demostrada y sobresaliente suficiencia de los actores de la Joven, lo resiste casi todo. Allí hablaba del agobio que había experimentado como espectador desde la primera representación a la que había asistido en la capilla de la Antigua Universidad Renacentista, por la evidente falta de espacio. Ir a la AUREA, a ver teatro, aunque sea a ver a Rafael Álvarez “El Brujo”, que está ahora, es sufrir, y no está uno para esos trotes.
Y esa misma falta de espacio es la que vive desde hace muchos años el espectador en el Corral de Comedias, donde se repite la insuficiencia entre asientos y con la fila anterior. Un problema que tiene una única solución con la reducción drástica del aforo y permitir al espectador una mínima movilidad que hoy es inexistente. Uno puede soportar una silla de enea pero no que sus rodillas peguen contra la silla de enfrente. Menos mal que en el Corral, el sábado pasado, estaban Natalia Calderón, Pablo Paz y el D.J. Hardy Jay con la dirección de David Ottone, que le aliviaron a uno la espalda y las rodillas a ritmo de hip hop.
Estoy seguro de que si el autor del texto, Rafael Boeta, es capaz de seguir los consejos del monstruo Lope en su Arte nuevo, afina, depura, se aleja de lo fácil y mete sin calzador versos y rimas tirando de los clásicos en el hip hop con el que el otro sábado nos hizo reír a ratos en la casa de las comedias, a Lope y a Calderón, el verano del dos mil y ochenta y tantos, les seguirá pinchando algún Dj en Almagro.
Eso sí, con espacio suficiente para estirar… la pata.