La broma infinita del ferrocarril en Talavera
Los que me leen saben bien que no soy ni mucho menos un abertxale talaverano. Si le achacan a uno algo en la ciudad en que vive es precisamente su “desapego” hacia ese estado de reivindicación y queja permanente en el que muchos sectores de la ciudad andan enredados desde hace más de tres décadas. Cada uno tiene lo que se merece y si Talavera tuvo empuje y pujanza en otro tiempo lo fue por la misma razón fundamental de su decadencia: las personas que vivían entonces y las que vivimos ahora en ella y su capacidad de adaptación a las circunstancias históricas. El factor humano, entendido como la capacidad de adaptación de los habitantes de un territorio para labrarse su prosperidad, su estancamiento o su decadencia sobre la geografía y la historia. Todos los demás factores son accesorios y mucho más cuando desde hace cuarenta años en España no podemos echarle la culpa al régimen o al sistema.
El talaverano emprendedor que desde los años treinta del siglo pasado supo sacar leche de un alcuza es una reliquia y especie declarada oficialmente a extinguir, aunque todavía haya quien demuestre, como es el caso de algunos valientes –estoy pensando en Monte Picaza como el caso más representativo de franquiciadores a nivel nacional e internacional- que se empeñen en demostrarnos que nada es imposible cuando se pone trabajo y talento.
Si Talavera se ha quedado atrás, la primera culpa la tenemos todos los talaveranos, que no hemos sabido aprovechar las condiciones y los factores favorables que una democracia como la nuestra pone al alcance de todo aquel que está decidido a ejercer sus derechos y deberes ciudadanos y luego adaptarse al devenir de los tiempos. Todo lo demás, la queja permanente, el agravio comparativo… no es sino la manifestación del virus nacionalista inoculado sobre el cuerpo nacional.
Dicho esto, hay sin embargo algunas cosas que claman al cielo y que le hacen a uno, cuando pretende romper el discurso del aldeanismo, tener que callar porque se queda sin argumentos. Una de esas cosas es el ferrocarril. Cada vez que parece que la cosa del tren a Madrid se puede medio enderezar aparece alguien con una solución mágica y que a los talaveranos, siento en esto tener que discrepar con un editorial de este digital, nos parece una broma: AVE a Madrid, cincuenta minutos. De coña, de puta coña, todos los récords de velocidad batidos.
No me duelen prendas al decirlo, porque lo he dicho muchas veces en público y por escrito: el único plan coherente para la solución al ferrocarril en Talavera era el plan presentado hace muchos años por la IU de Domínguez y Benjamín Martinez, cuando apostaban por una buena línea convencional, doble, electrificada y rectificada en los tramos más lentos para que circularan trenes cada hora con Madrid. Los cincuenta minutos que ahora nos venden o aquel tren que en el 2010 prometía el alcalde Rivas que pasaría “echando leches”, estaban en él. Talavera necesitaba un enlace integrado en el área metropolitana de Madrid para desarrollarse en ella y los talaveranos no fuimos capaces de sacarlo adelante. Ahora me temo que ya es tarde. El AVE de los cincuenta minutos no cumplirá ninguno de los objetivos que entonces, lo repito, los comunistas de Domínguez y Benjamín vieron claro. Lo demás es la broma infinita.