Mi padre lee en voz alta. Constitución y besos sin mal de ojo
Como hace unos meses que le regalé a mi entrañable amigo progre A. las Obras de Juan Mayorga, ahora no sé si el título que cierra el libro es “lee” o “me lee”. La cosa es tan fácil como tocar la tecla en el ordenador, pero ahora tampoco voy a mover el dedo para ir a la wiki que todo lo sabe. Alguien me ha pedido que lea en voz alta y se me ha venido a la escritura Mayorga y su padre. También el amigo Antonio Illán, que me dijo que el padre que leía en voz altaa fue, además de maestro, inspector de Educación en Toledo. A uno le gustaría haberle conocido, aunque sólo fuera por tener la referencia física de un padre a quien su hijo le reconoce sus méritos de padre.
Se leía, y se lee, en los conventos a la hora de la comida, y se leía en voz alta en aquellas ventas de la España de Cervantes, donde don Miguel aprovechó para enjaretar sus “embuchaos” en el Quijote, que eran entonces los culebrones venezolanos de pastores y pastoras enamorados que los arrieros oían atentos en el final de las jornadas de camino, como hoy millones de telespectadores en la televisión siguen absortos las telenovelas.
Uno se ha tirado la vida leyendo en voz alta en sus clases; unas veces directamente con el libro en la mano y otras recordando lo que había leído. Ahora, lo que me apetece es leerle a alguno de los que nos vienen a descubrir lo mal que lo hizo todo el mundo en la Transición, de Suárez a Carrillo y de Tarradellas a Fraga, algo, que siempre que he lo leído ante mis alumnos me ha embargado de emoción. La cosa tiene casi cuarenta años y la belleza de la madurez que sólo cuarenta años son capaces de dar. Pedí, al que quisiera hacer el esfuerzo de aprenderlo de memoria, que se lo recitara de corrido algún día a sus hijos. Leo en voz en alta:
“España se constituye en un Estado social democrático y de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
La soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado”.
Claro, que hoy víspera de aquel milagro y treinta nueve años después, cuando alguien me pide que lea algo en voz alta, lo que leo es algo que cualquiera puede recitar si tiene a mano una buena traducción de Cátulo y el oyente adecuado, que en estos caso es imprescindible:
“Vivamos, Lesbia mía y amémonos, / y las murmuraciones de los viejos severos / pensemos que no valen un ardite; / El sol puede morir y renacer; / nosotros, cuando muera esta breve luz, / tendremos que morir una noche perpetua. / Dame mil besos, luego cien, / luego otros mil, después cien más, / todavía otros mil y luego cien, / y, al fin, cuando contemos muchos miles, / confundamos la cuenta para no saber el total / y para que ningún malvado pueda aojarnos/ al saber que los besos han sido tantos./".
Constitución y besos. Qué más se puede pedir a una lectura en voz alta.