Toledo y Cuenca antituristas
Los dos mayores destinos del turismo urbano y cultural en España son Madrid y Barcelona. En Europa sólo París, Roma y Londres concentran mayor cantidad de visitantes desde hace años, aunque sólo Francia consiga estar delante de nuestro país en la recepción de visitantes. Es inimaginable una España o una Francia sin turistas, como lo es pensar tres ciudades como París, Madrid y Barcelona con sus puertas cerradas a la mayor de las nuevas riquezas que Europa supo crear tras la II Guerra Mundial. Y sin embargo el fenómeno del antiturismo y la turismofobia en algunas de esas ciudades en los últimos tiempos es ya algo más que una anécdota.
En Barcelona el fenómeno ha tenido dos manifestaciones fundamentales. Por una parte las protestas ciudadanas por la utilización masiva de pisos no legalizados como apartamentos de alquiler turísticos y por otra el ataque directo puro y duro contra autobuses turísticos, hoteles o instalaciones. Si las protestas ciudadanas en algunos barrios por el descontrol en la conversión de pisos y apartamentos en verdaderos hoteles podrían tener su justificación en las molestias que provocan en los residentes permanentes y en el encarecimiento lógico que produce una demanda incontrolada, todo lo demás que rodea la turismofobia desatada, con una punta crítica en el verano del año pasado, sólo se justifica en el radicalismo de los grupos antisistema. Atacar al turismo es atacar una de las fuentes de riqueza que sostiene el estado del bienestar. Se ataca al turismo con la excusa de que otro modelo es posible, como se hace con el sistema económico o la constitución del setenta y ocho.
Pero al fin y al cabo antisistemas y radicales siempre los habrá y siempre serán grupos minoritarios que nunca pueden traspasar un círculo restringido. Su mensaje de demolición del sistema nunca puede llegar más allá de esas zonas de la sociedad con un pie en el vacío. Lo grave es cuando algunas de estas ideas son adoptadas por formaciones políticas que ven en estas dudosas banderas una forma de sacar tajada.
En Barcelona las formas mutantes de Podemos y sus confluencias representadas en el Ayuntamiento de Ada Colau y en Madrid el de Manuela Carmona, han condenado los actos violentos que algunos de estos grupos radicales han protagonizado y se han desmarcado de ellos, pero a la vez han puesto en marcha una serie de políticas que de hecho las defienden. Negación de licencias para la construcción de hoteles, restricciones a la iniciativa privada, obstáculos insalvables a emprendedores que plantean ideas nuevas, son prácticas comunes a los dos ayuntamientos. Se venden como políticas progresistas las restricciones al turismo, cuando detrás sólo hay la continua e histórica tentación de la izquierda de negar y demoler el sistema que mayor riqueza ha creado en la historia de la humanidad.
Y como se sabe todo lo malo acaba llegando. A uno, contemplando lo que pasa en Madrid y Barcelona, no le extrañaría nada que cualquier día apareciera un movimiento antiturismo en Cuenca y Toledo.
¡Ni el que asó la manteca!