Buenos Humos

El pabliscito y la corrupción

29 mayo, 2018 00:00

Goethe dijo aquello de “prefiero la injusticia al desorden” y uno, en estos últimos años, ya le ha oído a algún amigo que es menos dañina para la democracia la corrupción que la demagogia.

Cuando en el tardofranquismo veíamos aquellas películas americanas clásicas en las que se denunciaban los vicios de la sociedad americana, hablábamos de la capacidad de la propia sociedad americana para criticarse a sí misma e incluso poner en cuestión el sistema de vida que habían elegido dos siglos antes. La democracia americana tenía esa grandeza. El mismo sistema capitalista que era diseccionado, criticado y analizado con escalpelo era el que financiaba la producción. Uno se rendía a algo que sólo era posible en ese sistema de libertades, mientras que aquí se consumía el sucedáneo de la democracia orgánica y sus referéndums, como el que fumaba tabaco de “vueltaperra”.

Mientras haya un  sistema como la democracia que asegure las libertades individuales, habrá corrupción porque alguien se sentirá tentado por saltarse las normas. En las dictaduras la  corrupción sólo está alcance de los que detentan el poder, en democracia, como se ha demostrado en el caso Gürtel, la iniciativa privada y la libre empresa ponen el negocio de la corrupción al alcance de cualquier osado. Saltarse las normas, trincar, recalificar, dar el pelotazo, arrimar la sardina al ascua del poder, llevárselo crudo… todo eso está impreso como el ADN en la naturaleza humana, es un pecado original de difícil redención mientras haya un solo humano sobre la tierra. Por eso están las leyes y el espíritu de control sobre una naturaleza que Locke, Hobbes y Montesquieu saben débil y corrupta. Sin las leyes que rigen el Pacto Social el lobo se impone. Pero el establecimiento del Leviatán-Estado no es suficiente sino va acompañado de un sistema de garantías del que inevitablemente alguien pretenderá sacar provecho propio y exclusivo. El sistema tiene que tener los mecanismos que lo regulen y perfeccionarlo continuamente. No hace falta decir que el único sistema demostrado en la práctica que aúna todo ese complejo equilibrio se llama democracia representativa y que las únicas sociedades en que históricamente se ha desarrollado acompañado del sistema de libre concurrencia en la economía han sido las sociedades occidentales con los Estados Unidos de Norteamérica y el Reino Unido a la cabeza.

En democracia siempre habrá corrupción, pero siempre habrán mecanismos para apartar a los corruptos. En democracia la corrupción es una enfermedad que tiene cura y que admite vacunas preventivas. La demagogia prendida en el discurso de las masas es un mal incurable y que casi siempre acaba minando el cuerpo de la sociedad en la que prende. No hay más vacuna que la formación y la educación y eso son palabras mayores. El pabliscito sobre el chalet de los seiscientos mil es la última muestra de lo nociva y peligrosa que es la enfermedad una vez arraigada.