Reivindicación histórica del cardenal Pla y Deniel
En los tiempos que corren hay que ser muy valiente para reivindicar una figura como la del Cardenal Arzobispo de Toledo Don Enrique Pla y Deniel, y, mucho más, cuando el año pasado en Salamanca, su penúltimo destino episcopal, se le quitó la calle a él dedicada en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Juan Sánchez Sánchez lo ha hecho recordando el medio siglo que se cumple de su muerte en el Toledo del año 1968. Es verdad que Juan Sánchez ha hecho la reivindicación de su figura partiendo de la labor pastoral y de reconstrucción de la diócesis de Toledo que el cardenal barcelonés llevó a cabo tras su nombramiento como arzobispo en 1941, aunque tomara posesión al año siguiente. Recuerda Sánchez la vocación de pastoral obrera que desde sus inicios en Cataluña siempre guió su magisterio, primero como canónigo en Barcelona, luego como obispo en Ávila en 1918 y que mantendría como línea básica de su episcopado tras su paso por Salamanca, en vísperas de la Guerra civil y tras su definitivo traslado, a la archidiócesis toledana.
Pero es difícil hablar de don Enrique Pla y Deniel y obviar todo aquello que le llevó a los libros de historia y que es la principal causa para que sus muchos enemigos hayan tomado cumplida venganza borrándole del callejero salmantino. Como casi todo el mundo sabe, don Enrique Pla y Deniel prestó casi desde el primer día de la sublevación militar del 17 de julio de 1936 su palacio episcopal para servir como sede del cuartel general de los sublevados. En ese palacio y en su presencia se celebró el doce octubre del ese año el acto, hoy mixtificado y manipulado hasta la náusea, en el que se produjo el supuesto enfrentamiento entre don Miguel de Unamuno y el general Millán Astray, y su portada es la que sirve como marco a la repetida foto en la que aparece el entonces obispo de Salamanca del brazo del rector de la Universidad, entre saludos falangistas.
Días antes don Enrique había publicado la carta pastoral “Las dos ciudades”, en la que por primera vez se emplea el término cruzada; una palabra que no aparecería en el que hay que considerar documento esencial de la Iglesia Católica Española, firmado en julio de 1937, por todos los obispos españoles con las excepciones de Múgica y Vidal por diversas circunstancias, y que es la Carta Colectiva del Episcopado Español. Es verdad también que esa carta impulsada por el primado toledano don Isidro Gomá y Tomás, implícitamente asume la tesis principal de “Las dos ciudades”.
Don Enrique, en mayo de 1939, con la Guerra Civil apenas acabada, publicaría otra carta pastoral que completaba su célebre, “Las dos ciudades” y cuyo título lo dice casi todo: “El Triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España”. Años después, tras la II guerra Mundial, con la misma claridad con que había distinguido a los enemigos de la Iglesia de los que la defendían, dejó claro en dos pastorales rotundas, el rechazo de la Iglesia a cualquier totalitarismo.
De “Las dos ciudades” y de la “Carta Colectiva de los Obispos Españoles” se ha hablado mucho y se han leído muy poco. Pónganse sobre las mesa los cinco mil asesinados por el hecho de ser religiosos que iban en julio del 37 y luego júzguese a Pla y Deniel y a todos los obispos españoles firmantes de la carta.