Jesús El Chino
Se ha muerto Jesús El Chino. La cosa es jodida porque se ha muerto y yo le debía un vino. La manía mía de no tomar nada más que una ronda en cada bar ha tenido la culpa. Ahora seré un moroso y un rácano para siempre. No sirve que abra una botella de tinto de las que al Chino le gustaban y la derrame entera sobre los geranios del Venecia. Se ha ido y me ha dejado con esa manda. Tampoco sirve que invite a Blas, a Pablito Capucho, a Andrés Lucas y a mi quinto Pepe y les pague tres rondas seguidas. La cosa no tiene remedio, y yo he hecho un pan como unas hostias.
Lo de no tomar nada más que una ronda en cada bar tiene una explicación. Cuando me vine a Navamorcuende me acordé de mi abuelo Pedro Gayarre Eiguren -¡casi nadie al aparato!- que tenía claro que tenía que cumplir con todos los barberos del pueblo, y cada día se afeitaba en casa de uno. A mí me pasa con los taberneros. Hay que cumplir, pero uno no tiene el aguante de Félix y tampoco es cosa de alternar con agua. Y Jesús se ha ido sin que yo cumpliera como es debido.
César González Ruano decía que se le daban muy bien los muertos y yo siento que voy por las mismas. Pero la cosa viene impuesta. Aquí no hay un solo bautizo del que hablar y sin embargo no falla el entierro casi semanal. Aunque uno no quiera se ve arrastrado hacia el portal de la iglesia a dar el pésame a la familia. Así es la vida. El otro día, apenas hace quince, tomando unos vinos con Jesús y compañía y ahora aquí en lo de siempre. Jodida vida.
Jesús Pastor Gil, que así se llamaba, era ante todo buena gente. Le gustaba reconvenir a Pablito con mucha sorna y le gustaba ser amigo de sus amigos. De vez en cuando tenía una de esas salidas que sólo podía tener él. Cada fin de semana se le veía feliz con sus amigos de siempre. Raro era que en casa de Uge, en el Venecia o en casa de Carlitos Catalino, no nos echáramos unas risas a costa de nosotros mismos.
Pienso que algunos de sus amigos, que son gente de iglesia, lo tienen fácil: un Padrenuestro. Yo le doy vueltas y no lo tengo claro. Qué desgracia, coño. Lo intentaré en latín, pero me temo que seguiré pensando en ese jodido vino que no me tomé con él. No aprendo, y mira que me repito cada día lo de Quinto Horacio Flaco: Carpe diem ¡coño! carpe diem. Que la tierra te sea leve, Jesús, pero te has ido y me has jodido porque te sigo debiendo un vino.