El error Cospedal
Un secretario general de un partido en los tiempos de información global que corren debe saber lo que pasa dentro de su partido, y si para ello tiene que acudir a hablar con el mismo diablo está obligado a bajar al infierno a hacerlo. Con ese argumento se ha defendido María Dolores de Cospedal de las cintas de audio de Belcebú Villarejo, y mucho más cuando la figura del “maligno” se le aparecía en Génova en la figura del comisario general de la Policía Nacional más condecorado del momento. Nunca se le ocurrió que, como bien cuentan las novelas de John Le Carré y Graham Green, no hay un solo agente de información que por lo menos una vez en su vida no haya jugado a dos barajas.
La exsecretaria general se ha enrocado en el mismo argumentario con que el joven Felipe González defendió la necesidad de las cloacas bajo las covachuelas del Ministerio del Interior: “Al Estado también se le defiende en las alcantarillas”. Política de Estado y autoprotección contra chorizos. “Ahí están Bárcenas y sus millones en Suiza. Yo me he inmolado por el partido. Mientras otros miraban hacia otro lado yo daba la cara y protegía al presidente del gobierno y de mi partido”. Hasta ahí todo impecable y uno tiende a comprenderlo. Lo demás es hipocresía de los del doble rasero. Nadie resistiríamos a la grabadora de Villarejo, como tampoco lo haríamos si no existiera el silencio y esa autocensura que llamamos educación, urbanidad y buenos modales. Hagan la prueba y en vez de callar y sonreír la próxima vez que tengan delante a ese cretino que aborrecen díganle lo que piensan de él.
María Dolores de Cospedal, al menos en su actuación política en la región, se indignaba con santa ira cada vez que salía a relucir su marido. Cualquier información sobre Ignacio López del Hierro se convertía en materia sensible que producía repelús en su entorno. “Nada tienen que ver sus negocios ni su actividad profesional con la carrera política de su mujer, eso es machismo…”.
Javier Negre, periodista de El Mundo, escribía una página el sábado en la que recogía el convencimiento del entorno de Cospedal de que esa parte de los audios de Villarejo provenían, sin ninguna duda, de la exvicepresidenta y extodopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría, la mujer que manejó la información del CNI a través de Felix Sanz Roldán. O sea, la venganza de “la Pequeña” contra “la Legionaria”, en plato frío.
Pero también en esa página aparecía la persona que nunca debería haber aparecido alrededor de la actividad política de su mujer: Ignacio López del Hierro, “experto en juegos de poder, en intrigas, en moverse en la sombra”, y lo que es peor, “el estratega de su carrera”.
Cuando María Dolores pedía a los medios respeto para su vida privada tenía mucha razón y la gran mayoría, entre ellos este digital, fuimos escrupulosamente cuidadosos. Ella, con Belcebú o Perico Botero Villarejo por medio no lo fue. Del Hierro estaba allí.
Como dijo el tenebroso Fouché del fusilamiento del duque de Enghien, por orden de Napoleón Bonaparte: “Ha sido peor que un crimen, ha sido un error”.