Cuando el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica entra en los últimos meses de su segundo mandato, con otro presidente ya elegido, se dice que su acción de gobierno es la del pato cojo. No puede decidir casi nada, pero normalmente larga casi todo aquello que desde la Casa Blanca no pudo decir por prudencia, sentido de Estado y eso que se llama corrección política. La excepción a la regla será Trump si llega algún día a esa etapa, porque es casi imposible que supere en esos meses lo que lleva largado en su primer mandato. Con los obispos eméritos pasa lo mismo. La renuncia obligatoria que canónicamente tienen que presentar al Papa de Roma cuando cumplen los setenta y cinco años les libera de muchas de las amarras que les impiden a veces hablar con claridad durante el ejercicio de su ministerio pastoral.
Don Braulio Rodríguez, el arzobispo de Toledo que llegó de Valladolid, después de ser obispo de Osma-Soria y arzobispo de Salamanca, ha escrito más que el “Tostao”, y ahí está la edición que recoge sus homilías y sus cartas pastorales con que le rindieron homenaje hace unos meses. En sus escritos doctrinales, en sus manifestaciones públicas, don Braulio ha sido un hombre prudente, sosegado y poco dado a soltar truenos desde el púlpito para acojonar a los fieles. Su pastoreo no ha necesitado ni de una rehala de perros careas, ni del garrote, ha sido un arzobispo, que para bien o para mal, no ha tenido el perfil de un Tarancón, un Marcelo González o un Cañizares que no rehuyeron nunca entrar al trapo de la actualidad aunque muchas veces salieran escaldados. Pero ahora, cuando don Braulio ya ha entrado en la etapa de los patos cojos le ha brotado esa verbalidad tan típica de los viejos y de los niños con que se cantan las verdades del barquero.
Que uno sepa, la Conferencia episcopal ha rehuido los adjetivos para contestar a la ministra doña Carmen Calvo y se ha limitado a recordar que la exención del pago del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) por la Iglesia es el mismo que se aplica a cualquier ONG y otras entidades que realizan una labor social. Don Braulio ha puesto el adjetivo: impresentable. Y luego para remate ha puesto a la sociedad toledana delante de sus propias contradicciones con dos pequeños detalles de los que casi nadie habló durante el último fin de semana: a nadie se le ocurrió suspender el concierto que se celebraba en la plaza del Ayuntamiento mientras los alrededores de Toledo ardían y nadie se acordó de las monjas cistercienses de San Bernardo y si de acoger a los perros que por allí habitaban.
Con el horizonte eclesial cumplido, don Braulio ha hecho de pato cojo y se ha despedido con dos buenas hostias proféticas contra la hipocresía y los hipócritas de la corrección política y el buenismo que nos invade.