La Mechá, una marca maldita
A día de hoy las autoridades sanitarias de CLM reconocen nueve casos investigados de posible listerosis en la región y ninguno de ellos confirmado. Hasta dentro de unos días no será posible determinar si alguna de esas nueve personas, tres de Cuenca, tres de Guadalajara, dos de Ciudad Real y una de Toledo, está infectada por la bacteria de la que todo el mundo habla este verano.
Me temo que durante unos meses, hasta que los casos de listerosis desaparezcan de los telediarios -algo que puede prolongarse hasta octubre-, la única carne mechada que se coma en los hogares españoles será la que elabore la abuela en los días de fiesta de guardar. Con la carne mechada envasada pasará lo que pasó con el aceite de colza en los años ochenta del siglo pasado y se convertirá en sinónimo de intoxicación. Ya no digo nada de la marca de acento castizo, La Mechá, tristemente famosa y que pasará a engrosar el registro de marcas irrecuperables y sinónimo de peligro. La Mechá solo podrá utilizarse durante muchos años como anuncio de una pirotecnia o de un plaguicida total. Es una marca quemada, agotada, imposible y cuyo valor hoy día cotiza en la bolsa de los números rojos. Los dos muertos que se han producido hacen inviable la recuperación del prestigio y la más mínima confianza del consumidor.
Lo último que querría un empresario del ramo de la alimentación es una contaminación de sus instalaciones y sus productos. Sabe a ciencia cierta que eso supone la ruina inmediata. No sé quién es el propietario de la empresa Magrudis y de la marca, convertida ahora en sinónimo de quiebra, pero sea quien sea, a uno no le gustaría estar en su pellejo. Del éxito al fracaso hay una línea muy delgada. Un cambio de coyuntura económica, en los gustos de los consumidores… o una catástrofe como la que se ha producido en Sevilla. Algo que, a buen seguro, sería lo último que querrían que ocurriera el empresario y los trabajadores que dependen de ella.
Ocurra lo que ocurra, y ojalá no haya ningún muerto más ni secuelas irrecuperables entre los afectados, a partir de ahora la empresa, la marca y sus responsables sólo serán noticia en los juzgados. Durante años contemplaremos el sufrimiento de los afectados pero también el de los que por accidente, por falta de celo, de vigilancia o porque simplemente tenía fatalmente que ocurrir, convirtieron una empresa y una marca de éxito en una fatal ruina. Seguro que muchas veces repetirán que lo último que hubieran deseado que ocurriera en esa fábrica es que apareciera esa bacteria de la que todo el mundo habla buscando responsables. En este caso a uno le parece que, por encima de culpables e inocentes, todos llevan encima el papel de víctimas. Una fatalidad y una ruina para todos.