Page y Lambán, presidente de Aragón, se han juntado en Molina de Aragón, uno de esos territorios en los que sus habitantes tienen a ofensa que les llamen manchegos: castellanos, oiga. O, todo lo más, aragoneses de avanzada en tierras de Castilla. Allí, en tierra de frontera, han hablado de agua y de despoblación y han sacado su veta de sobrevivientes al sanchismo en un PSOE en el que se necesita mucho instinto y muchos votos populares para no ser arrollado por la corriente que prima a nivel nacional.

Emiliano García-Page y Javier Lambán salen en las fotos con la cara de pícaros que los maestros pintores españoles del siglo de Oro dejaron como modelos en sus cuadros. Son las caras de Lázaro de Tormes, de Guzmán de Alfarache, de Rinconete y Cortadillo, hechas a fuerza de aguantar ciegos y clérigos roñosos, hidalgos orgullosos y buscarse la vida entre la sopa boba y la gallofa en un mundo en el que llueven palos y pocas veces ollas abundantes.

Emiliano es el retrato de los golfos adolescentes de Murillo que comen sandía o juegan a las cartas en algún cotano de Sevilla o un adarme toledano. Javier Lambán es el pícaro que ha pasado ya por los tercios de Italia o de Flandes y retrata Diego Velázquez con cara de orate y con los atributos de algún filósofo griego. Lleva en la cara cumplidos los años que Page nunca cumplirá por mucho que se empeñen el tiempo y los avatares de la política. El uno y el otro saben cómo capear temporales y tienen la mejor de sus armas en la ironía y en lo que en ambas tierras llaman retranca.

En la castellana Molina de Aragón, ambos dos han dejado alguna muestra de la sabiduría de pícaros de a pie de olla y de la aguja de marear que mueve su quehacer político. Emiliano habló de agua y, cuando dijo aquello de Pacto Nacional, a Javier Lambán se le pusieron los pelos de la nuca como escarpias. "Bueno", reaccionó Page, "admitimos fuero como animal de compañía". Y es que las tierras que gobierna don Javier Lambán ya se sabe que son tan fronterizas de las avanzadas de Castilla como de los antiguos condados catalanes y allí, en cuanto se oye la palabra pacto, aparece alguien pretendiendo sentarse al otro lado de una mesa de negociaciones de igual a igual con el Estado opresor.

El sueño nacionalista es que alguien se siente frente a frente y pacte de igual como si dos estados se tratara. A Emiliano, que lo ve desde más lejos, aunque con la misma reticencia, le faltó tiempo para compartir el hallazgo: “Fuero del agua”. No la liemos. Caigan días y vengan ollas.