El “Análisis de los regadíos españoles”, elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en 2018, nos deja algunos datos que no dejan de sorprender. Castilla-La Mancha es, tras Andalucía, con casi un quince por ciento de la superficie total regada en España, la comunidad española con más regadío. Por lo menos, en algo que supone siempre un factor de desarrollo, no ocupamos los puestos de cola, aunque está claro que en ese factor estamos también a “la cabeza con Andalucía”, que riega el doble de hectáreas y supone casi el treinta por ciento de la superficie regada a nivel nacional.
Cualquiera sabe que el principal consumo de agua, con una gran diferencia sobre los usos industriales o urbanos, es el destinado a la agricultura. Y resulta que nuestra región tiene más de quinientas cincuenta mil hectáreas regadas y, lo que aún es más sorprendente, la cifra no ha dejado de crecer en la última década, con un aumento constante de más del diez por ciento. Esa cifra de aumento de la superficie regada, a pesar de la limitación que supone el trasvase Tajo-Segura, se explica fundamental por la reestructuración del viñedo y la extensión del riego al olivar y a las nuevas plantaciones de frutos secos como el almendro y el pistacho. Nuevos riegos, todos ellos, en los que la modalidad del goteo se ha impuesto, por el ahorro de agua que supone y el aumento de la productividad en estos cultivos. Casi trescientas cincuenta mil hectáreas se riegan por goteo y, de ellas, doscientas veintinueve mil pertenecen al viñedo, que en diez años ha aumentado en ochenta mil hectáreas. El riego a manta, el más ineficiente de todos los sistemas de riego, apenas supone hoy un cuatro y medio por ciento. Retroceden significativamente los riegos por aspersión y por pívot.
Si se miran solamente los datos, habría que ser optimista fuera de las demagogias habituales del robo del agua por otras regiones o del derroche que la agricultura no extensiva hace de un recurso fundamental. Castilla-La Mancha camina de una forma clara hacia unas formas de regadío sostenibles y productivas en unos cultivos enraizados desde siempre en nuestra tierra y que permiten crear la suficiente riqueza para fijar la población rural. Porque, se pongan como se pongan los detractores de la extensión del regadío, sin una agricultura y una ganadería productiva que estén en la base de todas las demás actividades que pueden complementar rentas a los habitantes de los pueblos, no hay ninguna posibilidad. Escuela y riego, que decía Costa. Pese a quien pese.